El tercer hombre

Supongo que muchos novelistas llevan en la cabeza o en sus cuadernos de notas la idea inicial de una historia que nunca llegan a escribir (…) Hace mucho tiempo escribí en la solapa de un sobre un párrafo inicial: “Había dado mi último adiós a Harry hacía una semana cuando depositaban su ataúd en la helada tierra de febrero…” (Introducción a “El Tercer Hombre“, Graham Greene ).

Más allá de que muchas historias hubieran merecido no ser contadas jamás, confieso que me quedé atrapada el otro día en las primeras líneas de la introducción de este relato de Grahan Greene que nació para ser película, no novela.Por lo general, sucede al revés. Se adaptan las novelas a filmes con resultados desiguales. Pero conseguir un texto magistral de un esbozo pensado para ser imágenes en movimiento me parece prodigioso. Cuántas historias de las buenas se habrán quedado prendidas en un sobre garabateado en el rincón de un bar.

Fabular sin rumbo y llegar a puerto sólo lo hacen los mejores. Por lo general, la ortodoxia recomienda que antes de lanzarse a la piscina de una historia se haga un esquema/escaleta de lo que queremos contar. Un recorrido con migas de Pulgarcito para no perderse en elucubraciones vanas que pudieran despistarnos de la verdadera intención.

Pero a veces las intenciones cambian según se alumbra la historia. El personaje secundario toma bríos inusitados y el principal cae en una grisura insostenible. Entonces el escritor se siente tentado de hacer un spin off de entrada, no como derivación. Cualquiera puede imaginar la historia de Sam, el pianista de Casablanca (lo mismo alguien la escrito y yo la desconozco), o la de el cazador de Blancanieves, ese al que la madrastra enconmendó asesinar a la Bella y llevarle el corazón en una caja (no quiero decir que los protagonistas de estas historias fueran grises, sino que había potencial en los secundarios).

Y luego está ese malditismo desazonante que le asalta a uno cuando sueña una historia: ¿tiene de verdad interés para alguien que no sea uno mismo? ¿Hasta dónde podrá evolucionar sin tropiezos? ¿Es lo suficientemente ambigua como para ser interesante? ¿Merece ver la luz y salir a pelear o convendría dormirla una temporada más hasta que tenga un verdadero sentido? ¿La amo, la odio?

Un personaje es tu mejor y tu peor enemigo. Si lo lanzas con un tiro no certero te sonrojará para siempre jamás. Te verás ñoño, plano, irascible, monótono, cursi o relamido (y supongo que hablo en masculino para sentirme menos afectada). Casi nadie debería escribir, y el burro delante para que no se espante. No se pueden lanzar al espacio palabras tontamente. No se deben urdir personajes absurdos y tramas previsibles fruto de un calentón o un envalentonamiento. O lo mismo sí, pero en todo caso no deberían leerse.

Al final uno es lo que ha leído. Y pienso con rabia en algunos libros del gusto de mi adolescente. Pero hay que confiar en que nadie aprende a catar un buen vino sin haber tropezado con algunos lamentables, de los que en algún momento detectó sus taras antes de rechazarlos.

Por mi parte, pienso leer y puede que releer a Grahan Greene. Y hacer una quema de libros mediocres de los que aún sobreviven a mi estantería Taj Mahal. Y seguir arrancando historias en esquinas de sobres a ver si alguna de ellas merece el indulto de convertirse en algo más de lo que no me abochorne en el futuro.

(Sí, definitivamente estoy lejos de la playa y el verano. Aunque de mi ejemplar de El tercer Hombre hayan caído, a cámara lenta, unos cuandos granos de arena cantábrica. Y durante unos minutos me invada la nostalgia…)


P { margin-bottom: 0.21cElla podía haber dudado entre el horno
y la nevera, pensó. En esos tres pasos que separan el plan del
arrepentimiento. Roast Beef grillé con cama de cebolla y patata a la
Normandie, como había visto hacerlo en la tele al cocinero ése. “Si
eres un chef de postín tienes que preparar recetas en francés”,
se defendía ella cuando él protestaba diciendo que “donde
estuvieran los huevos con patatas de toda la vida…”. Entonces
ella torcía el gesto y estiraba los bordes de las servilletas en la
mesa. Los vasos alineados con ayuda de un cuchillo a la derecha del
plato. Los platillos para el pan relucientes -”¿y esta chorrada a qué
viene, crees que estamos en Versalles, nena?”.
Fragmento de historia por rematar)