¿Cómo es tu jefe ideal? Mi amigo M. anda entrevistando candidatos a jefe. A jefe suyo, quiero decir. El mundo a veces es al revés. Gloriosamente reversible. No ha puesto un anuncio, pero la cosa vendría a ser así: “Se busca jefa organizada y firme, que no me dé la razón sino que me cuestione y lleve mi agenda con mano de hierro”. 

-¿Y por qué tiene que ser una mujer?, le preguntamos.
-No sé…Porque lo mismo me cuesta obedecer a un hombre. Lo de los dos gallos en el gallinero, ya sabéis.

Sentados a la mesa, los amigos aventuramos hipótesis sobre su preferencia por la mujer. “Eres un seductor nato, aunque no pretendas ligártela sí te gustaría que cayera en tus redes”, expongo.

-No sé…

Mi amigo M. relata enseguida que ha entrevistado a una jefa potencial que, oh milagro, le ha criticado su página web, con lo que ha pasado con éxito la primera criba. Sin embargo…

-Sin embargo tiene dos problemas. Habla demasiado y se pone ella como ejemplo todo el rato.

Ahí le entendemos unánimemente. Un jefe, una jefa, que habla demasiado es una tortura. Mejor una sordomuda, dónde va a parar, que te mande por whatsapp los imperativos de agenda y se acompañe de una bocina para avisar la entrada en tu despacho, como Harpo Marx.

Los Hermanos Marx

Pero no.

Unos días antes recibo la llamada de un ex novio. Su socio busca a una mujer de menos de treinta años para un trabajo periodístico. Immediatamente se me enciende un piloto.

-¿Puede saberse por qué quiere una mujer, y además tersa?
-Mejor te paso con él y lo habláis.

Averiguo que considera que las mujeres son más trabajadoras, más meticulosas. Y la quiere joven para que esté en el mundo, familiarizada con Internet y las nuevas tecnologías. (Me muerdo la lengua viperina y generacional para no preguntarle si cree que las de cuarenta escriben en Olivetti, no-te-j–e). En su lugar…

-Entiendo, sí, pero ¿vas a pagarle bien por sus servicios?

Me doy cuenta, rebobinando la semana, de que he desconfiado dos veces porque se diera prioridad a la mujer, cuando a menudo sucede al contrario. Uno tiene más preparado el argumento para atacar una candidatura que beneficia el perfil masculino. Uno suele buscar subordinados, no jefes. Uno, con los años, prefiere a las personas que hablan sin desparramar palabras tontamente. Que no mienten ni manipulan. Y que no se ponen de ejemplo de nada porque con los años han aprendido la doble teoría de la relatividad: siempre hay alguien que nos supera. Y nunca nos vemos a nosotros mismos con la suficiente perspectiva.

Y, ya de vuelta a casa, en el taxi somnoliento, me pregunto: ¿Me contrataría a mí misma como jefa?

Y miro hacia otra parte, mientras la radio del coche vomita los acordes de “Born in the USA”.