“Tienes que elegir entre master y embarazo”. Y eligió.

Hay dilemas indigestos, como este que ayer me contaron y que, imagino, pretendía reforzar el aura de exigencia de un master con un caso práctico bastante desafortunado. Elegir master o embarazo es como elegir cine o sexo tras un viernes agotador, sesión medianoche. Son compatibles, pero requieren organizarse.

Los dilemas siempre me han parecido interesante objeto de estudio, sobre todo cuando mezclan opciones inconexas. Recuerdo mis embarazos como épocas de máxima energía donde la languidez brillaba por su ausencia y donde me hubiera apuntado a un master como vía de escape a esas obsesiones que acompañan la gravidez y te convierten en una gorda con naúseas y rutinas de analíticas, curvas de glucosa y cremas antiestrías.

De haber estado enfrascada en mi máster no habría vomitado. Los cuerpos se adaptan a las inclemencias intelectuales como las muelas al espacio disponible. Aunque a veces haya que extirparlas.

A menudo se elige entre pensar o no pensar. “Yo creo que los list@s tienen más probabilidades de abatirse”, me escribe D. “No hay nada peor para la felicidad que pensar demasiado”.

Dicho de otra manera: ¿simple y feliz o complejo y atormentado?. Y desde luego es un maniqueísmo torticero y poco real, como master o embarazo. Creo que se es mucho más feliz con una carga de complejidad que te permita explorar cotas más intensas y abstractas de realidad/experiencia. El tonto feliz es un personaje de alcance limitado y previsible. El precio del listo es que el sufrimiento elaborado duele más porque adivina la causa del dolor, las circunstancias y el alcance de la herida.

(Pero muy bien podría estar equivocada, porque los dilemas los carga el diablo).

Un embarazo requiere la adaptación a un cuerpo que cede y se expande, y que en el camino estrangula órganos y produce acidez de estómago. Un master, quiero pensar, requiere la optimización de tu tiempo para inocular contenidos a un cerebro exhausto al que conviene engañar con un caramelillo que antes solía ser el puesto de trabajo o la promoción y que hoy podría ser cine+cena+sexo. La trilogía del placer sencillo. (El orden de los factores no altera el producto).

Todos los días resolvemos dilemas reales y falaces: Dormir o escribir. Seguridad o libertad. James Salter o Don DeLillo. Tacones de cinco o de diez centímetros (estatura o comodidad). Carne o pescado. Coca Cola light o Zero. El País o El Mundo. Amor o coqueteo. Obra o mudanza. Cara o cruz. Salsa o merengue. Truco o trato.

Y a veces el dilema se torna juego, como en la adolescencia, cuando volteábamos una botella, sentados en círculo, y te preguntaban: ¿Beso, atrevimiento, o verdad? Un trilema que en realidad era una interpelación:

¿Te arriesgarías a besar a un sapo?

Casi todos los dilemas pueden convertirse en enunciados simples. Es una regla de supervivencia. 

PD. Me acabo de acordar de un chiste tonto que se llamaba “¿Follamos o merendamos?“. Y terminaba: “Pan non hay…”