Ghost, un clásico (sin tumor, con accidente)
A las chukis les gusta un cine de
género que ya hemos bautizado como “de amores y tumores”, a
saber: dramones de corto alcance y mucha sobreactuación, donde todos
los sentimientos se muestran exacerbados
, se reclama la lágrima
fácil y el doblaje de la película contribuye con sus énfasis despendolados al desenlace final, siempre luctuoso.
Anoche estábamos en ello, tras volver
de zamparnos unas nécoras con su compango percebero-navajero y sentir esa
ligereza del marisco que te predispone a las emociones grasientas. El
cielo, libre de ese velo astur pertinaz, dejaba contar las
estrellas e invitaba al retozo en nuestro prado pero no hubo lugar. Enseguida nos vimos frente a la tele
ante una película donde pude reconocer a Gael García Bernal
haciendo de médico imberbe poco creíble -esa genética te va a condenar a papeles
adolescentes, nene- y una rubia que nos sonaba y se parecía a Drew
Barrymore
era la víctima. O sea, la paciente con cáncer terminal,
dos semanas de esperanza de vida y una rabia muy explícita y muy chunga contra el
imberbe y contra el mundo, ya de paso.
No pestañeamos. Y enconces introduje
el coloquio cine forum: “Esto es un clásico ejemplo de peli de
amores y tumores”. Y la Artista antes llamada Minichuki apostilló:
“No, mamá, esta es la marca blanca del clásico cine de amores y
tumores”
. O sea, que hasta ella se escamaba de la altisonancia de
la morituri pedaleando en bicicleta con una botella de ron de la que pimplaba con el inequívoco fin de precipitar su invariable
destino.
Chukis y madre tras ver cine chungo
Y de repente estaba en el cielo,
sentada en una nube. Y aparecía -¡horreur!- Goopy Goldberg, esa
habitual del cine de amores y tumores (si no has visto Ghost, no lo
veas nunca. Es vomitiva). Y tenía lugar un diálogo guionizado por
un retrasado mental sin diagnostico fiable de una simpleza alegórica que
daba bochorno
. Pero a mis hijas no parecía importarles demasiado,
porque el cine de sentimientos rosas amordaza al criterio. Pero
te mantiene en el sofá (yo misma fui víctima de esa fuerza
misteriosa).
Y entendí una vez más que el
sentimiento es peligroso. Y entendí a los votantes de Trump
. Y el
éxito de la telebasura. Y el sadismo en ciertas relaciones amorosas (hombres, sapos y viceversa).
Y la confusión de términos. Y que si estás en un dramón de ese
calado debes llevar el pelo sucio
(era el caso). Y que conviene
avisar en la calificación de este tipo de filmes, más propios de la
hora de la siesta que del prime time, de que producen subidas de
azúcar inesperadas y puede que halitosis. Y me entraron ganas de resolver una ecuación o
algo que implicara el puro cerebro. Pero no pestañeé mientras la
pobre chica mantenía otra de esas conversaciones banales y llenas de lágrima con el  amigo gay majo y enrrollado -otro clásico del género. Y sólo cuando la
cortinilla publicitaria avisó con su “volvemos en siete minutos”
salté muy digna y me despedí de las chukis con cara de “hasta quí
podíamos llegar, siete minutos
”. Pero ninguna de ellas me secundó.