Mi querida Big-Bang,

¿Qué pensarías si delante de ti, en plena Castellana, ves volar un coche y voltearse para caer del revés, a cámara lenta, delante justo del museo donde se gestaron las traiciones y donde tus pies doblaron su volumen unos días atrás, por el efecto constrictor de unos zapatos más altos que la inflación china? ¿Casualidad? ¿Señales que me indican que me aleje de un epicentro de sucedidos funestos? ¿Secuencias lógicas de una de terror donde tú eres la tipejilla tonta a la que se va a cargar fijo el chungo de la motosierra? ¿O todo junto y aderezado, como la ropa vieja cubana?

La interpretación de las señales del caos debería ser una asignatura obligatoria en el colegio. Prometo sugerírselo a mi ministro favorito si me lo vuelvo encontrar en la entrega de premios más planetaria del planeta. Creo que al currículum académico le falta una visión práctica y elemental del devenir y sus conjuntos. Se me ocurren así, a vuelapluma, unas cuantas materias obligatorias que harán la vida más fácil. Ahí van, para quien pueda interesar:

1.Horóscopo y Tarot; introducción a una perspectiva estelar del más allá. Contiene mazo de cartas y tutoría cada jueves con el pitoniso Walter Mercado.

2.Análisis semántico y sintáctico de los prospectos del Orfidal, el Atarax y el Lexatín. O cómo drogarse sabiendo bien de lo que se habla. Nunca un enganchado justificó su adicción con tanta propiedad.

3.Tecnología sin letras: o cómo manejar todos los aparatos que se enchufan sin leer las instrucciones, con intuición e insensatez. A mí me funciona, pero he convertido la Thermomix en un vulgar exprimidor de naranjas.

4. Upgrade social. Cómo colarse en las fiestas y ser canapero, y cómo montar el pollo si te pillan y obligar al anfitrión a disculparse en siete idiomas por haberte importunado. Lo he visto con mis propios ojos y no falla. La vida es puro teatro.

5.Relatividad global. O cómo arrimar el ascua a tu sardina sin citar a Einstein. Las cosas no son la medida de otras cosas, sino la tuya. Desenfocada y partidista, sí, pero ¿qué tiene de malo?

Ahora que he contribuido al crecimiento de las nuevas generaciones de mi país, me dispongo a arrancar un día sin catástrofes. O con un melasudismo tal que si se hunde un edificio delante de mis narices pensaré que están rodando una secuela de Godzilla. Y seré feliz.