Y entonces va mi adolescente y se declara feminista a sus 14 años.

-Me parece muy bien. ¿Qué es para ti ser feminista? (inquiero)
-Pues qué va a ser, defender la igualdad y todo eso…

Como soy una madre pesada necesito saber más. Cómo van a movilizarse. “Hemos creado un grupo en Instagram”, me informa. “Síguenos, anda“. Lo hago de inmediato. Ella prosigue: “Y vamos a proponer en el colegio unas charlas sobre homosexualidad, bisexualidad, género…etcétera”. Ah, qué bueno. ¿Invitaréis a expertas para dar esas charlas?, exploro. “¡No hombre no, las daremos nosotras!” (cargada de aplomo).

Luego me cuenta que el Día de la Mujer colgaron en el colegio carteles contra el machismo, algunos (sospecho) ciertamente agresivos.  Y que hubo algún chico que reaccionó con desdén y chulería. Y que las obligaron a descolgarlos ipso facto.

Una parte de mí sonríe ante la ingenuidad. Otra parte se alivia al pensar que a los 14 años no sólo se cimente el grupo en base al visionado de youtubers, videos musicales y series de TV que o  ves o estás socialmente muerto. Y otra parte, la tercera y más sibilina,  empieza a sospechar que el feminismo y su debate se están banalizando al convertirse en una moda más, un batiburrillo conceptual donde entran el transgénero, la homosexualidad, la bisexualidad y todos los aperos de labranza que intervienen en eso tan complicado que es la identidad.

Y lo mismo es una fórmula acorde con los tiempos de volatilidad y desconcierto, memes y memos rompedores, y está bien que al menos sea. Y a mi adolescente de 14 no le dije, pero ahora se lo digo mientras aún duerme:

Reconocerme feminista para mí ha sido una agonía, un proceso largo como el psicoanálisis de un gángster de la tele. No me gustan los carteles, ni la servidumbre de la pertenencia a grupos. No quiero ser masa, he buscado antes explorar mi yo hasta el recoveco más oscuro, allá donde no entran la escoba ni el recogedor. Me molestan las proclamas, especialmente las que mezclan cosas, riman en consonante o adolecen de incorrección sintántica. Me asusta el resentimiento como motor de cualquier cosa. Creo que el empecinamiento en el dolor y el victimismo alumbra muertos. He observado que todos los “pringados de la clase” son carne de cañón de movimientos que los menosprecian pero los utilizan. No me gustan los rugidos, salvo los de placer hondo y estremecido.

Pero soy feminista, me parece, porque vivo y actúo sin pensar en las consecuencias que pueden derivarse de mi hecho (accidental) de ser mujer.  Porque nunca utilicé a un hombre como un sueldo Nescafé para toda la vida o un plan de pensiones vitalicio. Porque he aprendido que esa corriente subterránea de condescendencia de algunos que a veces es paternalismo,  a veces altanería y a menudo miedo, inseguridad o desconcierto, puede convertirse en un diálogo fructífero o en una pared muy tonta contra la que ni siquiera tiro la pelota.

Y me parece -no descubro la pólvora- que las ideas geniales salen de cabezas de hombres y de mujeres, no de entrepiernas. Y también las bobadas, las manipulaciones, las perversiones, la ira…

Y creo, hija, que es un alivio que tu generación pueda pensar que es homo, bisexual, transgénero o mediopensionista, porque en la mía ni siquiera se planteaba que hubiera una pluralidad de identidades. Y me parecería deseable que además de hacer pintadas leyerais algunos libros y vierais algunas películas que os estimulen a haceros más preguntas, no sólo a asaltar una tribuna en actitud provocadora al ritmo de Rihanna.

Una mujer -homo, hetero, trans- debe dotarse de contenido. Igual que un hombre. Ser sólida es un camino, no  una moda como la sudadera Vetements o esa gorra que ayer no te quitaste ni para cenar.

Eres muy lista, usa tu genio y tu diferencia. Esa que ya mostraste a los tres años, cuando acariciando la pelusilla de tu nuca me dijiste con suma gravedad: “Mamá, creo que estoy a punto de convertirme en un caballo”. No te dejes llevar por quien te empuja a ser como la masa. Párate y piensa.

Dar a un like no te convierte en nada. Tener followers sólo hincha la vanidad, que no es lo mismo que la autoestima, pero descuida que no irán a verte al hospital si te pones enferma. Ser violenta en un mensaje colgado del corcho del colegio no te hará más popular, sino más vulnerable.

Dicho esto,  sé lo que quieras: feminista, homosexual, trans.. pero desde la exploración de ti misma. Es un camino mucho más largo y mucho más duro, porque se recorre en soledad. Una vez que las voces a tu alrededor callan y tú apagas el móvil y el ordenador y eres tú.

La identidad, de eso se trata. Bienvenida al mundo adulto, hija mía.