Me parece cruel, irremediable, el despido a cámara lenta de Ancelotti, como un Gran Hermano que todos hemos presenciado mientras el aludido fingía no enterarse. No entiendo de fútbol, pero sí de los efectos de un ya no te quiero. (A una edad respetable se han jugado muchos partidos, ganados y perdidos. Y conviene aprender a elegir a quién damos el pase una vez más o cuándo pitar punto y final).

“No te quiero” no es igual a “no eres apto”, pero se le parece muchoAncelotti era apto hasta hace unos días, unas semanas. Y entonces la prensa afiló sus garras y lo dio por sentenciado. 

Si me lo dicen a mí, “no eres apta”, prefiero ser la primera, y no deducirlo de las caras de conmiseración de los demás. Si lo digo yo, me cuesta un dolor de páncreas que sólo puedo aplacar con paracetamol, noches en blanco y tragos amargos de olvidina.

Pero gozo de muy buena memoria, esa traidora. Recuerdo cada beso, cada escenario del crimen del amor, cada ramo de flores con su nota, que guardo en un cajón contra el olvido. Los zapatos que llevaba, aquel vestido rojo, el tono grueso de la voz cuando brota la sangre de una herida de puñal tan afilado. Como recuerdo las cuatro veces que tuve que hacer el examen práctico de conducir hasta que conseguí que el examinador me dijera “te quiero” (eres apta, amor mío)

Ancelotti, imagino, es un profesional del abandono. Un entrenador está más condenado a que lo dejen que a marcharse. Su destino es asumir las derrotas y ceder  el orgasmo del éxito al equipo. Es más llevadero despedir a uno que a cuatro de un banquillo. El fracaso no se reparte. La culpa siempre es suya, por contrato. Y ahora está en la calle, y leí que planea pasar un año sabático recomponiendo su corazón, su ego, suerte que puede.

Pero el corazón, que siempre regenera, no borra las cicatrices, ¿verdad, querido Carlo? Nadie te va a quitar la sensación de derrota, de novio abandonado, de vacío. Del campo reclamando que se haga justicia, enardecido, como esos romanos del circo que reclamaban sangre bajo un sol de justicia. Final de partido sin prórroga ni turno de penaltys…

El fútbol es la representación más cruel del amor. Y del desamor. Ancelotti lo sabe y se arranca el corazón como un romano aunque nació en Reggiolo. Los chacales ya están devorando sus entrañas. Olía a muerto antes de morir, y en cierto modo ya respira tranquilo, sin latido. Con ese alivio del reo del corredor de la muerte que ya no soporta la ansiedad de dormir con una hoja de guillotina sobre la cabeza. Fin de las pesadillas, a otra cosa.

“Que pase el siguiente”, ha sentenciado el oráculo. Y todos se enardecen, dispuestos a enamorarse del que llegue. A escupirle a la cara. A follárselo vivo. A halagarle los oídos. A besarle en la boca. A mantearlo y ponerle la corona de espinas. Hasta que llegue el día de decir “no eres apto”. Y mirar a otro lado para no ser partícipes de cómo los buitres devoran la carroña aún caliente, los despojos…

P.D. Ignoro si Ancelotti merecía ser despedido. Son las formas, ese ritual carnicero…