Mi querida Big-Bang:

Debo elegir entre cañones o mantequilla. Salir a llenar mi despensa tiritona y componer un collage multicolor sano sanísimo o renovar mi fondo de armario hasta bien al fondo, aunque tenga que excavar la pared hasta las lindes del vecino. Sí, en la vida de toda mujer de real life surgen dilemas de este calado y hay que tener la cabeza fría para decidirse. La primera opción supone pasearme con sueño por los puestos del mercado dejándome piropear a gritos por Manolo el pescadero, que tiene su aquel. La segunda dejarme devorar por el frenesí de unos escaparates que sin abrir la boca envían teleseñales, como las de los orangutanes en esos rituales de apareamiento tan majos que muestran en los documentales de la 2.

Las que nos sugestionamos somos terriblemente vulnerables al lenguaje silencioso. Al psiquismo de ocasión. Más aún si en nuestra unidad familiar no existe la figura del marido brasa que nos diga: “nena, ¿no estás gastando demasiado en trapos?”. Así que obviamos esa maniobra tan manida de fingir que el bolso rosa fucsia ya lo teníamos la temporada pasada: “Sí, hombre sí, si lo llevé a la boda de tu prima Mari Pili, ¿cómo no te acuerdas?”.

La trola doméstica no necesita confesión, digo yo. Seguro que el Papa también le miente a esas monjitas que le cuidan el vestidor cuando añade una casulla o unos zapatos de Prada (no tiene mal gusto el enviado del Espíritu Santo). Me imagino la conversación entre ellos:
-Santo Padre, Santo Padre, ¿no ve que ya tenía tres casullas litúrgicas azul petróleo?
-Certo, hermana, pero ninguna me iba a conjunto con los calzoncillos púrpura de Dolce Gabanna.

Pecar es una estribación de rezar, diría. O lo que da sentido al rezo. Lo mismo que las cárceles justifican que haya serial killers, y los grandes almacenes que haya familias de clase media aburridas que necesitan una excusa para salir en hordas los sábados y sacarse los ojos en el Mugre King. Quien acuñó la teoría de la causa-efecto debió darse cuenta de que que muchas veces lo segundo provoca lo primero, y no al revés, como nos han venido diciendo durante generaciones. Yo, si finalmente me decanto por el mercado de abastos, lo haré para provocar el hambre a mis chukis, no para saciárselo. Y si opto por sablear mi VISA en La Perla será para sentirme sexy, no para mostrar el sex appeal que no llevo incorporado.

Cada efecto tiene su causa, y con esa reflexión de todo a cien voy a ver si despejo este dilema que me corroe. Tú piensa que eres la provocadora de mis delirios y paga tu penitencia. Lo suyo es que corras dirección Vaticano y pidas consulta con Su Santidad. Lo mismo podéis entablar en las dependencias de Armani una fascinante conversación sobre” la moda y la fe: ¿quién paga los pecados de la vanidad”. Te espero en el puesto de los sutis de seda. Ciao, cara.