“Yo condenaba mis propias obras con gran perspicacia. Me gustaba trabajar en ello, eso es verdad. Pero una vez terminado el trabajo me daba cuenta de que no era más que basura y, en consecuencia, rara vez se lo enseñaba a nadie: ni siquiera a mis amigos”

Vuelvo a acostarme con Stevenson en la intimidad, a quien nunca abandoné del todo porque es un gran compañero y porque sus soliloquios son diálogos, casi diría que mandamientos que me obligan a cuestionarme cada letra que escribo. Entiendo que es mucho más feliz el menos cicatero, el iluso, pero seguramente nunca llegará a rozar un mínimo de calidad. El stevensoniano puede que tampoco, pero al menos pondrá en cuarentena el fruto de sus dedos y de su imaginación y el mundo se lo agradecerá.

Ayer me traje el nuevo libro de Javier Marías y corrí ansiosa a devorar su arranque. A comprobar si sigue siendo un aldabonazo, un empujón hacia un agujero profundo sin conejo apresurado ni naipes siniestros:

“No hace demasiado tiempo que ocurrió aquella historia -menos de lo que suele durar una vida, y qué poco es una vida, una vez terminada y cuando ya se puede contar en unas frases y sólo deja en la memoria cenizas que se desprenden a la menor sacudida y vuelan a la menor ráfaga”. “Así empieza lo malo”. Alfaguara.

Me pareció que Marías no sería tan buen compañero de cama como Robert. Una tiene esas intuiciones absurdas sólo con acariciar las primeras páginas de un libro. Hay tipos, como Palahniuk, que te arañan el hígado y sólo dan para una orgía sangrienta. Un polvo de alta intensidad que te deja baldada. Diciéndote a ti misma cómo has llegado hasta aquí. Hay temporadas en las que  necesitas un beso en la frente y el embozo de la sábana bien estirado. Un vaso de leche templada y una Dormidina. O incluso media. Y que el hombre que te dé las buenas noches te cante una milonga desde su más allá literario.

Algo así como “Una o dos novelas de Scott, Shakespeare, Moliere, Montaigne, “El Egoísta” y “El Vizconde de Bragelonne” constituyen mi círculo de íntimos. (…) Luego hay una serie de obras que me miran con reproche desde el anaquel: libros que en alguna ocasión he hojedo y estudiado: casas que un día fueron como un hogar para mí, pero que ahora apenas frecuento”.

Todos tenemos casas que ya no frecuentamos, querido Robert. Y hallazgos que son como los frufrús de las propuestas de pasarela cada temporada. Excitantes y dotados del brillo prometedor de la novedad. Mi amigo J.E comentaba ayer que ha vuelto a poner una librería en su dormitorio, en contra de los deseos de su mujer. Yo sigo con mi pirámide de libros en la mesilla, y desterré esa tentación recurrente de poner una televisión a los pies de mi cama. Creo que a ti no te parecería nada bien semejante argucia narcótica. Pero hay noches tristes donde no tienes cuerpo ni de rasgar un capítulo, y podrías entregarte al último programa concurso que detestas pero es un sobre de fácil y rápido consumo. Glu,glu,glu.

Condenar las obras a la perspicacia. Qué gran consejo. Buenas noches, amado Robert Louis. Buenos días, Javier Marías. En unas horas, cuando vuelva a acostarme, decidiré a quién le entrego mi cuerpo y mi destino. Bendita promiscuidad sin ETSss.