Tener claro quién es tu enemigo otorga mucha tranquilidad. Nicolás Maduro lo tiene claro, son los yanquis, y azuza a su pueblo contra ellos para calentar los titulares, compruebo esta mañana. Puede que sepa que si se queda sin yanquis, se queda en nada. Igual que si se quita el chándal.

El PP tiene claro desde hace poco que su enemigo no es Pablo Iglesias sino Albert Rivera.  Acabáramos.

Tener claro quién es tu competencia te da alas. En lugar de volverte loco disparando a cada hierba que se mueve, te sitúas tranquilamente en un puesto, como experto cazador, y esperas a que pase tu presa. El problema estriba en que tu rival no es tu enemigo. Y a veces te das cuenta, quizás mirando al cielo, y recoges en silencio tu silla plegable y tu rifle de mira telescópica.

Hay hombres, hay mujeres, que necesitan saber a dónde apuntar (aún no he visto El Francotirador, de Clint Eastwood, pero entiendo que detrás de una mirilla uno no ve un futuro cadáver sino un bulto que se mueve y de repente para quieto. Como un conejo. Esta minimización te permite espantar el miedo y espantar los remordimientos). Apretar un gatillo es fácil. Contar tu historia y someterte al escrutinio de millones de espectadores, una moviola del horror.

“Ya no le quedaba ni una sola alternativa, así que Vatanescu le dejó a su cuerpo la libertad de hacer lo que le viniese en gana”. (Varanescu y la liebre. Tuomas Kyrö. Alfaguara) Libro que hojeo sin entusiasmo. Varios párrafos me disuaden, pero esta frase me parece bien y viene a cuento).

El Francotirador

Tener claro un objetivo en la vida, aunque sea uno, puede dotarla de terrible consistencia. El resto son tiros al pedo -valga la argentinada- que podrían componer un cuadro. Imaginemos una enorme pared, de 15×8 metros, con los disparos de un mes, un año o los últimos veinte. Debajo de cada uno, una indicación: “Primer matrimonio”, “compra de la casa de la playa”, “operación de pólipo de 0,5 cm en útero”, “fin de carrera”. “Derrota del equipo local”. “Insomnio”. “Más insomnio”. “Ruptura con X”. “Depilación parcial”. “Relato abortado en un lugar de mi ordenador inundado por la Coca Cola de C”. “Gritos, llantos, aullidos a la hora de la siesta”.

Ahora que se inaugura ARCO, esa feria que a mí me da felicidad aunque lo correcto sea el menosprecio para parecer cool, voy a proponer a una galerista amiga que me permita okupar un muro para mi performance. En el centro dibujaré una enorme diana para que los espectadores disparen a una distancia prudencial. Será como una caseta del parque de atracciones, pero con balas auténticas. Dentro pincharé un corazón caliente con hilillos de sangre chorreando. Yoko Ono me amará. Marina Abramovich querrá casarse conmigo. Los curators más osados se pelearán por mí. Me dirán ¿dónde te escondías? ¿qué más obra tienes disponible? Un ruso mafioso pujará por el muro y le diré que no está en venta. No todavía. Que faltan muchos tiros errados. Que debe aguardar al corazón ajado, a que seque y reduzca su tamaño. Entonces lo meteré en una caja de madera de, pongamos, 15×15 centímetros y, tras sellarlo con lacre lo enviaré al afortunado comprador. Y se encogerá de hombros momentos antes de subirse a su helicóptero privado para ir a cazar a una reserva africana con jaimas y millonarios abúlicos que practican el deporte de la ira. Un actividad nada sostenible.

Paro ya, que regalar las ideas a estas horas es un desperdicio. La noticia de Maduro me ha disparado los dedos. Bendito seas, fantoche mío. Escribir en lugar de matar. En lugar de arengar a los bobos. En lugar de perder el tiempo en un bosque con fieras amaestradas para ponerse a tiro. No hay enemigo menor, sólo rival por venir. Tengámoslo claro y ofrezcámosle el mejor vino y una sombra en la selva. En tiempos de paz los francotiradores son monigotes de película. Pero ellos aún no se han enterado.