Mi primer padrastro solía decir que con lo que yo no sabía se podría llenar un libro. Pues aquí está”. Agradecimientos de “Vida de este chico“, Tobias Wolff.

Ayer, en el curso de superwomen, nos hicieron un ejercicio de Mindfulness consistente en mirar a una compañera fijamente a los ojos y componer una expresión de ternura. Me pareció ridículo, la verdad. Siempre me han dado pudor ese tipo de propuestas dirigidas a mover sentimientos que etiqueto en la categoría de “hierbadas” aunque en realidad se llaman crecimiento personal. No es que dude de la necesidad de concentrarse en un aquí y un ahora y aprender a jugar con otras armas en una reunión hostil, es que no me gusta mirar a desconocidos a los ojos y poner cara bovina-“los ojos ligeramente entornados, una leve sonrisa”, guiaba la profesora-.

Yo sólo quería terminar la clase y recuperar mi expresión natural.

También nos hicieron caminar guiadas por una compañera que, a nuestra espalda, decidía a dónde ir y con qué movimientos, velocidad y quiebros. Fui incapaz de dejarme llevar, como era incapaz de seguir a ese novio de COU que prefería bailar con mi hermana en las fiestas de su pueblo dado que ella era más dócil que yo y a mí no me importaba. Faltó el clásico ejercicio de tirarse de espaldas desde una altura confiando en que los de abajo te recojan. Eso y gritar como locas por el jardín de la escuela de negocios que nos acoge.

Con lo que yo no sé hacer podría llenar un libro, como Tobias. Eso es lo que he pensado hoy a las 3 de la mañana, cuando desperté desubicada y sin espalda a estribor para agarrar. Me había picado un mosquito descatalogado del verano y me rasqué furiosa el tobillo, mientras recordaba el video del samurai titulado the fly que también nos pusieron en clase para contarnos cómo los pensamientos son distracciones que se multiplican y nos impiden concentrarnos en el dichoso aquí y ahora.

(Aquí y ahora se nos ha casado George Clooney y habrá que buscar otro soltero de oro para soñar, aunque para mí fue ponerse a mirar fijamente bizco a las cabras -esa película tan divertida- y convertirse en Cantinflas a nivel sex appeal). Yo cuando hago mindfulness de hombres me sale Gallardón porque estoy mediatizada por la actualidad, y además rechazo los libros de autosuicidio. Prefiero la perdición de las historias de ficción y bailar a mi aire aunque eso me impida presentarme a concursos de tango o pasodoble).

Ahora que conozco mis ilimitadas limitaciones voy a quedar con mi hermana la que bailaba con mi novio de COU para ver la expo de Sorolla y Estados Unidos en la Fundación Mapfre. Allí me dejaré llevar por el asombro de la luz y el movimiento, las composiciones de figuras y esa admiración que me provoca el arte y que hace que me quede prendida de un cuadro mientras pasan los segundos y no pienso en otra cosa. Mindfulness para casos perdidos, diría yo.