“Por último, en esta mi particular carta a los
Reyes Magos (que, como ya sabemos, son los padres) les pediría que
hablaran con sus hijos sobre lo útil que resulta para los estudios
aparcar todo lo relacionado con el amor y centrarse en el trabajo
. Sé
que es difícil y no pretendo ocasionar nada parecido a la historia de
Romeo y Julieta, pero es importante que les hagan ver la cantidad de
tiempo y de concentración que se emplea en eso”.

El autor de esta carta se llama Horacio Silvestre y es el director del Bachillerato de Excelencia. Su nombre, a mitad de camino entre la poesía y los dibujos animados, firma la carta dirigida a los padres de alumnos con más de un 8 de nota media. O sea, empollones, inteligentes y algún superdotado. http://sociedad.elpais.com/sociedad/2012/12/21/actualidad/1356120041_305501.html Le preocupa al señor Horacio, parece, que su cosecha de cerebritos se altere con los vaivenes del sentimiento. Los suspiros, la tensión sexual y las miraditas de reojo no combinan bien con el éxito académico de esos chicos de 17 y 18 años a los que la etiqueta de excelentes va a terminar condenándolos a ser en frikis sin corazón.

Como madre tiñosa de adolescente sin un ocho de media debería estar de acuerdo con Silvestre. Las notas se tambalean cuado las hormonas lo hacen. Pero también sucede a la inversa. Recuerdo cuando mi noviete de esa edad y yo misma estudiábamos como locos la selectividad, de sol a sol en una biblioteca, tratando de superarnos el uno al otro. Como él era de ciencias y yo de letras, compartíamos apuntes de filosofía y lengua, las asignaturas comunes. Y cada dos horas salíamos a despejarnos en un parque, y nos besábamos al bies o nos pegábamos el lote bajo los árboles del parque. Y luego uno de los dos miraba el reloj y daba la orden precisa: “es la hora, sigamos”.  Las notas fueron muy buenas. El novio duró aún unos años, de vez en cuando quedamos a comer y siempre nos recordamos con cariño.

Ahogar el sentimiento no puede ser bueno, querido Horacio. Sí, el amor requiere tiempo y concentración, pero cuando renuncias a él hay horas muertas muy tristes. La buena noticia es que, bien aprovechadas, pueden darte para aprobar una ingeniería o escribir una novela erótica (es mi propósito 2013, que lo sepas, Horacio. El género es un erial y si la chunga de las Sombras de Grey lo ha logrado yo, que soy mucho más tórrida  y transgresora, no seré menos).

Y, respecto a mi adolescente, seguiré aconsejándole que dirija bien su radar cuando se enamora. Que el mejor novio es aquel que te impulsa a crecer, a ser más y mejor. Y eso incluye el estudio. Y debo reconocer que aunque una parte de mí la prefiere sin pareja, más “centrada”, la otra disfruta del espectáculo de verla tan feliz, tan guapa y tan nerviosa cuando sale por la puerta. Y nada me gustaría más que ese noviete fuera también compañero de biblioteca, aunque ello implique que quizás después se den el lote en algún parque (debo investigar cuál, para no ir. Que una es moderna pero no tanto…).

P.d. Dedicada a L., mi compañero de estudios y besos de los 17. Fan como yo misma de los Dire Straits.