“El doctor Banway ha sido llamado como consejero de la república de Libertonio, un lugar dedicado al amor libre y los baños continuos. Sus ciudadanos son equilibrados, conscientes, honestos, honrados, tolerantes y, por encima de todo, limpios. Pero el hecho de acudir a Benway indica que no todo anda bien tras esa higiénica fachada”. (El Almuerzo desnudo. W.Burroughs).

Anoche me acosté con sensación William S.Burroughs en el estómago. Una pesadez sucia a la que contribuyó la hamburguesa que nos devoramos en esa nueva playa de Madrid dentro del cuartel del Conde Duque donde la ciudad verbenea. El césped de mentira acogió nuestro almuerzo desnudo también llamado cena del reencuentro. A Burroughs siempre lo asimilo con una arcada que no sale hasta afuera, se queda a la mitad y permanece en un deja vu pejiguero como afilar cuchillos. Un revuelto de bilis con trozos de carne macilenta. Estreñimiento mental que mezcla bien con vodka, aunque nunca bebo vodka ni como en el suelo salvo raras excepciones. El suelo es donde vomitas, qué haces ahí tirada con tus amigas, tan precisa perdiendo los papeles, con una tabla de surf de falsa madera y un trampantojo de mar que miente así: “A una playa no vas, una playa la vives”. La típica frase facilona de pensador corto de talla y de lecturas. El forro de carpeta adolescente. Y tú vas y te lo crees. Y devoras la carne con lechuga y cebolla, sin bacon por favor, como el último veneno de un condenado a vida sin deseo.

Buscaba sin buscar entre esos farolillos al consejero de Libertonio. Amor libre. Baños continuos. Quería confesarle que a veces inventamos recuerdos. Recuerdos prefabricados. Una librería mental donde traficas y pagas cantidades desorbitadas por una playa seca y una conversación sobre perlas en cautiverio que nunca fue. ¿Por qué (coño) se llaman perlas cultivadas si no las riega nadie? El estimulador de las palabras me sirve párrafos de alta manipulación que me distraen pero no me embaucan. Conviene leer buena literatura, fumar mala hierba bloquea los pulmones. Es aún peor que comer carne de perro con arterias y venas trituradas también llamada hamburguesa.

-Pero usted no fuma, ¿verdad?, preguntaría el doctor Banway, surgido de un truck de perritos calientes, como una sombra.
-Nunca jamás, pero tampoco he terminado El Jilguero, y  me he peleado con mi compañía telefónica porque me han atado a un palo muy feo llamado permanencia a cambio de una mierda de dos gigas.
-¿Y es su palabra (sucia) contra la de ellos, querida?
-Hay una grabación. “La grabación”. Me la mandarán, me dijo el cuarto operador con nombre y acento latinoamericano, en un plazo máximo de un mes. A ver si hasta entonces se me olvida o me invento un recuerdo que lo neutralice.
-¿Qué tipo de recuerdos sueles robar, querida princesita vomitona?
-Los recuerdos de Byron, la sin nostalgia. Cambio los personajes, maquillo sus currículum. Tiro todos los dardos, me los clavo en el ojo. Sale sangre con pus, todo mezclado.

Libertorio en realidad ya no escucha, hay muchas almas sucias en esa verbena de agosto. Tres amigas sobre el césped artificial no son de gran interés, aunque una de ellas, la pelirroja, se siente como un indio y clave el bolso en el hueco de su falda, como si se violara.

-¿Se me ven las bragas, chicas?
-Y dale! Si somos nosotras y el resto de la gente está a lo suyo. ¡Come hamburguesa y calla!

Uno debe aprender de las malas digestiones. Son como devorar párrafos de libro de automartirio, de escritores hierbas que envuelven su ignorancia en “energía”, “vibración” y mucho tofu. Eso no produce indigestión, estrictamente, pero sí diarrea mental. Os deshidrata. Mejor comer basura con ketchup cutre y un libro de Burroughs, o de Ginsberg. Mejor cualquier maldito con talento que estúpido con ínfulas corto de beat generation. La manipulación de las palabras cuando no andas sobrado es una farsa para cortos. Venid a la verbena sin muñecas chochonas en una arquitectura tan bella que no se ofende con que tres damas se tiren a sus pies, y se cuenten la vida que cabe en un verano, apenas tres semanas sin dar señales de humo. Y es como otra existencia, sin vahos de fritanga, sin mentiras.

-Ese perfume apesta. ¿Pero qué te has echado? me dijo ayer R.
-Ese que era unisex, aquí lo tengo (señalando el cajón, como si eso fuera la prueba irrefutable de que un perfume es bueno por estar a buen recaudo).
-Anda, ven aquí, me guía con cariño, y me regala un bote barroco y con azmizcle. O eso sueño.

Y perfumada tres veces -el que me puse en casa, el terrorífico que todos detectan menos yo, y el que lo taparía todo- me fui con horas de antelación a la verbena. Y me senté bajo una sombrilla con difusor de agua que era un baño de vida para limpios ahogados en sudor. Y hoy solo comeré hierba con tomate. Hierba con maíz. Hierba con aceite de oliva virgen extra.  Me purgaré, como una oveja que se pasó de vueltas, glotona y divergente. Y será casi sábado, en un casi descuido. Y seguiré leyendo cosas feas. Eternas, sin embargo.

“La cara de Johnny se hincha de sangre…Mark se acerca con un movimiento elástico y le parte el cuello…ruido como de astilla partida entre toallas mojadas” (El almuerzo desnudo).