Amor, de Haneke

-¡Qué bonito!
-¿El qué?
-La vida. La larga vida. (“Amor“. Michael Haneke).

Uno no puede salir indemne de Haneke ni en agosto. Qué tristeza la vejez, aunque sea delicada y atenta. Qué belleza la iluminación tan pictórica de esos pliegues de sábanas, de esos rostros surcados de arrugas. Qué crueldad, qué deriva. Después del mordisco de realidad las Chukis y yo salimos noqueadas y cenamos casi mudas. Y discutimos mientras el agua caía.

Luego, nos acribillaron los mosquitos.

No, Haneke no es cine para niños, y espero que el Defensor del Menor no me amoneste, pero me pareció muy adecuado que ellas vieran eso que la cultura salvaje de la ¿eterna? juventud quiere ocultar. Que los cuerpos menguan y a veces las mentes se pierden en un laberinto tortuoso y lleno de minotauros. Que el Amor es quedarse y acompañar al otro incluso cuando el otro se esconde involuntariamente de quien fue. Que a veces hay que irse, ya lo entiendo- porque la muerte mata y se contagia más que el ébola. Que la música y todas las manifestaciones de la belleza más profunda e íntima son tan necesarias como el Sintrón cuando el espíritu se apaga. Que el respeto consiste en escuchar a un demente como si no lo fuera, no en tratar a los viejos como niños tontos.

Ser joven es correr

(El problema de la peli de Haneke es que te dan ganas de morir. O sea, de decidir cuándo morir para que el desgarro de la decadencia no haga estragos en tu identidad. Antes de que escuches las Bagatelas de piano de Bethoven y no las reconozcas ni te procuren placer, querida Anne. Antes de que detestes lo que amabas)

Mientras veía la película me puse a planear mi vejez. Pero antes le pregunté a Minichuki: ¿Soy joven o vieja?. Contestó: “Joven, mami, pareces de 40”. Mi ado prefirió no contestar, pero la noté revuelta. No había podido apartarse de la película, pero ahora se defendía atacando: “Vaya historia, sin música ni nada. Dos ancianos en una casa…”.

Después, nos peleamos.

Hoy el cielo amaneció encapotado. La noche ha sido un aguacero sin tregua y soy tan joven como me dictan las piernas al correr y tan vieja como me recuerda el corazón. Imagino que podría calcular los latidos desde que nací. Así de vieja soy. Y podría contar los kilómetros desde que decidí que la felicidad consistía en forzar un rato al cuerpo y cultivar las conversaciones, las lecturas, los abrazos y la soledad, en sabias dosis. Respecto al amor, me conmueven los viejos de Haneke. Ojalá esa delicadeza pero sin ese olvido.

Me propongo para hoy ser comedia aunque truene y se hunda el cielo en llanto sobre el prado. Las Chukis aún duermen, es verano. Michael Haneke es mi héroe. Un tipo que dirige cine, que dirige ópera y que no teme contar Historias sin anestesia y sin sentimentalismo comercial.

Igual no era cine para niños. Ni para mayores. Aún no he dicho que no terminamos de verla. Ni creo que lo hagamos. Nos faltaron minutos o segundos. Dolía demasiado y era agosto.