&Other Stories, Teatriz. Madrid

Recuerdo haber leído este año mortal de necesidad, como las puñaladas certeras, que uno necesita algo de ego y algo de alcohol para vivir. Lo escribía un filósofo,  Salvador Pániker, y sé que me hizo sonreír. Fue sin duda uno de los libros de cuando mi espíritu era muy 2014. Muy Gucci pastelero (bye bye Frida Giannini), muy crédulo en mi escepticismo natural, algo incendiario y puede que un punto presto a la ensoñación como desafío a la díscola realidad.

Me he despertado pensando que debo regalarle “Diario de Otoño” (Mondadori) a mi hermano I.  Es mi voluntad y mi deseo compartir con él el deslumbramiento que fue. Pasar una lectura importante se parece a una carrera de relevos y construye una muralla de discernimiento, de revolución. Un mal libro regalado es la cicuta. Tengo la sensación de que uno está obligado a recomendar las buenas lecturas como las buenas compañías, el licor Saint Germain (un hallazgo dulce que construye cócteles milagrosos) o el coro de las monjas del Cordero (Iglesia de la plaza de la Paja. 12.30h los domingos. Misa especial para ateos y buscadores del absoluto, sea el que sea).

Recomendaré, antes de que muera el año, una serie que me pasó mi querida M., además de cuñada, y que se llama “The Hour”. Ayer me chuté sin culpa cinco horas non stop, como en los viejos tiempos. Cuando nada ni nadie podía disturbarme una sentada de sofá y aún creía en el castigo por diletancia. La serie, que hay que ver por supuesto en versión original, narra las peripecias de un equipo de la BBC en los años 50, de su lucha por contar la verdad en medio de una censura llena de caballeros estirados y parlamentarios oscuros. De tipos relamidos que tiran al pichón en una finca mientras se tratan de tirar a la protagonista a dos puertas del dormitorio de su mujer.  Como telón de fondo, la guerra por el control del Canal de Suez y la invasión soviética de Hungría. Hay espías malotes, periodistas intrépidos y borrachos, guapitos inconsistentes y salidos y cinturas de avispa con culos extraordinarios.

Como no sólo de cultura vive el hombre -sería un tostón de una intensidad imperdonable- recomendaré también una tienda, “&Other Stories”, que acaba de abrir en donde antes estuvo Teatriz (C/Hermosilla). Allí encontré unos pantalones de lord satinados en negro y azul petróleo y una camisa definitiva con los hombros al aire que me pondré cuando supere el shock del desnudo en sus terroríficos probadores. (Recomiendo llevarse las prendas sin probar). Para quien no la conozca, es un COS menos arquitectónico, mucho más coqueto y femenino  y destinado a cuerpos de española media (no de sueca gigantona. Aunque yo compro allí con ímpetu de nórdica) A cambio, ofrece menos calidad pero más variedad. Vestidos francesitos, zapatos de arquitectura contundente y muy originales, bolsos y accesorios que te levantan un look anodino y una línea de perfumería que dan ganas de comértela.  Y la seguridad de que no te encontrarás a otras veinte con el mismo Zara de turno. (Es algo más caro, pero ahora hay rebajas del 50%).

Recomiendo, desde luego, salir a ver Madrid con ojos de guiri. Mi pasatiempo preferido. Perderse por el punto de fuga del Viaducto sin ambiciones suicidas. Sentarse en un banco del Jardín Botánico donde fuiste feliz. Desgastar las suelas por Lavapiés -el verdadero pueblo de Madrid- y hacerse la manicura en uno de sus colmados de chinos, tomarte en L´hardy un consomé con unos hojaldres extraídos de esa vitrina prodigiosa y delicada de cristal giratorio. No salir de la zona sin llevarse cualquier postre de El Pozo -la plancha de crema es un must- esa pastelería cuya caja registradora es de hace siglo y medio. Recorrer la explanada del Palacio Real con andares regios y pasar de puntillas por la Almudena, esa birria que espanta hasta a los espíritus más complacientes y meapilas. Subir a una azotea, a cualquier azotea donde pongan vermú y te dejen leer los periódicos sin interrupciones.

Algo de ego, algo de alcohol. Unos zapatos de Manolo para sentirte diosa, en un dispendio postlotería. El programa “Imprescindibles” de la 2. Un rato de silencio cada día. Los panecillos con pipas de la máquina de mi trabajo. Una tarde de spa urbano con un groupon de turno. La Colección Abelló en Cibeles antes de que nos la arranquen para nunca jamás. Panthere de Cartier, ¡ese perfume! O agua fresca de la colonia más tradicional. Callos, pero no zarajos (puaj), por la zona del Rastro. Microteatro por dinero. Una noche de música barroca en el teatro Carlos III de El Escorial. Un cocido completo. Los ensayos de Montaigne (espero que mis queridos Reyes Magos hayan tomado nota. Si no, Pla es otra buena opción).

Ahí os queda eso, todo muy 2014 pero con ambición de eternidad.  Retomo a Pániker, para la despedida.

Días antes de morir y sabiéndose muy enfermo, Ludwig Wittgenstein le comentaba a una amiga: “Resulta curioso, pero aunque sé que me queda poco tiempo, nunca me veo pensando en una vida futura; mi interés se concentra en esta vida”.

Igual que el mío.

Algo emparentado con 

me concierne
Algo emparentado con los celos

desapego