“Nunca rechacé una película en la que me abrazara un hombre”.

Te entiendo, Diane Keaton. Tu confesión, conmovedora, me ha dejado colgada en el fondo de la página de un diario digital donde hoy sólo se habla de elecciones, de revueltas en Siria y Egipto, de superMerkel y, sobre todo, del festín de Rajoy.

Al final, una sólo quiere que la abracen para pasar tanta incertidumbre. No hay nada más cierto, más contundente, más sublime que un abrazo, Diane. Tú eras esa chica lista que nunca fue la más guapa, ni la más sexy. La amiga íntima de muchos hombres que no has besado. “El beso te lleva al psicoanálisis. El abrazo a todas partes”, podría decirse. Esos hombres que quedaban con “la buena de Kate” soñaban con Grace, con Penny, con Charlotte. Mujeres inalcanzables que los dejaban tiritando tras al estela húmeda de sus perfúmenes.

Y entonces llamaban a Diane. De madrugada, tal vez. Y ella se calzaba la bata y escuchaba paciente: “Cuéntame, cariño”. Y así os daban las tres de la mañana en un abrazo al estilo “Pijama para dos” pero sin tensión sexual irresoluble.

Michel Houellebecq

Conozco a varias Diane Keaton que se han resignado a no buscar besos. Se acuestan solas y  escuchan los relatos de cama de sus amigas. Los sienten un poco suyos, los recuerdan esas tardes de domingo perezosas e indolentes. La posibilidad de un abrazo es, entonces, como la posibilidad de una isla (sí, Houellebecq, pariste un gran título, ¿te besaron por ello?). Sueñan con que, el día menos pensado, el amigo que ha llamado a su puerta con una botella de whisky y todo el dolor para rematarla con hielo huela su piel de eterna virgen y cruce la frontera.

Diane, querida, dices que aún amas a Woody Allen. Entiendo el atractivo irresistible de un neurótico militante, de un incestuoso con clarinete que hace año tras año películas cargadas de tics. Pero tú eras y sigues siendo una diosa con sombrero y gafas redondas. Con ese aire despistado y adorable. Tan Annie Hall, tan Buster Keaton.

Piensa que tienes ganada la batalla del tiempo. Que los abrazos no caducan. Que al final de un día del demonio una solo quiere que alguien la recoja entre sus brazos y le hable bajito. Y eso se parece mucho a la eternidad, querida Annie.

Hay mujeres veneno, mujeres Diane. Hay mujeres consuelo…