La jeringa estaba dentro de su precinto. Menos mal, pensó. Porque en la consulta de aquella enfermera, cuatro metros cuadrados de caos, guantes de látex y fluorescente blanco,  había restos de curas de otro paciente. Dos gasas tiradas bajo la camilla, a apenas 60 centímetros -cm más, cm menos- de la papelera. Pensó que esa mujer arisca  había estado encestando la sangre de otro mezclada con betadine, ese inconfundible color naranja, justo antes de que ella entrara y le pidiera, le suplicara, que le pinchara la inyección. A poder ser con una jeringuilla nuevecita. A poder ser con técnica depurada y precisa. ¿Dónde me pongo?, preguntó sin dejar de mirar las dos gasas sucias. Donde quiera, se encogió de hombros la zorra de la enfermera. Y rasgó con firmeza el papel de la jeringa, y pinchó la aguja y subió el émbolo hasta que la ampolla quedó vacía. Bájese el pantalón, ordenó. Y a ella pensó que tenía que salir corriendo. (De haber podido, naturalmente).

Es leer a Chuck Palahniuk y entrarme ganas de escribir un relato sucio y violento. Descriptivo pero sin alharacas estilísticas. Acción, reacción. Los tipos que escriben salvaje deben ser corderitos, en el fondo. Los peores violentos que conozco son esos que nunca se lo han permitido y lo guardan ahí dentro, en algún lugar perdido pero cerca del hipotálamo. La inquina es como una inyección de Primperán. Puedes guardarla años, pero cuando sale hace su trabajo. Dos años después, notas el rencor. “No es por ser un cabrón, pero te lo ofrecí y me dijiste que no. Y él es el hombre del momento”, me escribe por wasap. Respondo: “Es la eclosión del momento”. Y tú eres el farsante de siempre. Y sabes que lo sé.

Recomiendo vivamente la lectura del prólogo de “El Club de la Lucha“, novela escrita en tres meses, a manos de su autor. (Leo y veo a Edward Norton, ese hombre rotundo, capaz de hacerme creer cualquier cosa, incluida la farsa. Veo a Brad Pitt y me sigue pareciendo un mierda,  y Bohan-Carter una diosa cargante de tanta negritud envuelta en título nobiliario) 

Dice Palahniuk: “Los hombres se pelean con los hombres. A veces, las mujeres pelean entre ellas. Se pelean igual que llevan siglos haciéndolo (…) Luego, cuando están agotados, los hombres y las mujeres se van a la iglesia. Y se casan. Estar cansado no es lo mismo que ser rico, pero la mayoría de las veces es lo más parecido que hay”.

(Estar cansado, querido Chuck, es pensar que el GPS no funcionará nunca más y tirarlo por la ventanilla y escupir al salpicadero del coche. Perderse es un estado de furia)

Queda finiquitado agosto. Oficialmente. Se acabaron los cuentos de princesas y la melaza. Arranca Chuck y se explica con gasas sucias. “Con los brazos pegados con fuerza a los costados pegaré mis labios a su oído y le diré: Marla, farsante, lárgate”

No hay nada menos violento que permitírselo con letras.