Desde que soy vicepresidenta de esta mi comunidad de vecinos, el portero se mata por llevarme las bolsas.

Tiene gracia que un cargo tan molesto y sin remuneración te convierta en un símbolo de poder, cuando en realidad tu única potestad, así a corto plazo,  está en determinar si se enciende o no la calefacción este fin de semana.

-Verá, la del quinto H. ha venido a exigir que se ponga porque el parte metereológico augura una caida de las temperaturas. (Portero, temeroso sin duda de la furia de una mujer de más de setenta)
-Bueno, vamos a esperar a mañana a ver si se confirman los augurios, que el gasoil está por las nubes…(Presidente, a mi diestra)

Y el portero se encoge de hombros y murmura que bueno, que él programa lo que se le diga, pero que luego no quiere saber nada si le echan la bronca el lunes las señoras que no salen de casa.

-Quizás podríamos poner la calefación de 15h a 20 horas, proponemos presidencia (o sea, el del sexto 1) y yo misma.
-Como digan…

Desde que soy vicepresidenta de esta mi comunidad de vecinos, los vecinos me miran de otro modo. Como si todos tuvieran algo que reprochar, proponer o algo de lo que quejarse. Yo procuro deslizar un saludo breve y disuasor y salir disparada con mis zapatillas de correr como alfombras voladoras para evitar que me cuenten eso que piensan.

Porque un vecindario es un nido de marrones en potencia. Y tú, que nunca pensaste que tenías una vis escaqueitor, sacas a pasear el Houdini que te habita. Y sonríes a las señoras, y las acompañas en el sentimiento.

Y te enteras de que hay una grieta en la fachada, entre el segundo y el tercero. Y un pleito pendiente con la del bajo, a la que inundó una avería mal curada de la casa del portero. Y que doña Sol se queja de que ha visto una cucaracha, pero el portero jura que no encuentra el cadáver. Y hay que revisar el contrato con la empresa de desinsestación. Y la antena parabólica necesita ser reorientada (ni que fuéramos la NASA). Y que detrás de cada puerta hay personas que observan el rellano con mirada propia, que no coincide con la tuya.

Y es un ejercicio de tolerancia y democracia. Básico, elemental. Y tú llevas diez años aquí sobrevolando la escalera, sin pararte a mirar un alféizar roto o una puerta desportillada.

¿Un cargo, aunque sea descargado de poder, puede cambiar tu vida?
¿Tiene esto alguna relación con la soberbia de todo el que viste un uniforme, aunque sea del servicio de limpieza?
¿De verdad que el coste del gasoil se puede negociar?
¿Por qué el portero no me ayudaba antes, cuando llegaba igual de deslomada y con tacones mamarrachos de comprar emergencias domésticas a las ocho de la tarde?

Un nuevo mundo se abre ante mis ojos. Soy la Soraya de mi finca urbana y burguesa y temo que los escraches (odio el término) se ceben conmigo y me esperen cuando vuelva fané y descangallada tras la fiebre del sábado noche.

Pensándolo bien, igual debería convencer a mi Rajoy de la puerta de enfrente de poner la calefación a tope todo el fin de semana. Más vale que zozobre a que zofalte.

Quiero que las señoras me sigan sonriendo al entrar al ascensor, y los señores me saluden con ringo y rango si se cruzan con mis zapatillas voladoras.

Total, por unos eurillos de nada de gasolil. Que encima podemos negociar…