Carolina Bescansa ayer en el Congreso

Consideración previa: de toda la vida las madres hemos utilizado a los niños con carácter propagandístico. Una madre con un bebé saludable en brazos es un tanque imbatible que avanza en la estepa y a veces se detiene, se saca las dos fuentes de alimento -ora derecha, ora izquierda- y se vierte en el chupón, entre sudores estremecidos. Y pobre del que ose importunarla.

Dos: las que no hemos contemplado la lactancia con esa perspectiva bucólica, sino como un trámite doloroso y sin ensoñación, que nos dejaba los pechos yermos y doloridos hasta la subida impetuosa de la leche en la siguiente toma, ensuciando con su estela agria tu ropa y tu desgana, respingamos antes esas otras que han convertido su vis lechera en una vocación y una bandera (sí, el pareado no es accidental). Y nos parecen especialmente sospechosas esas que perpetúan el amamantamiento hasta que el niño se viste solo.

Tres: No sé qué pinta un bebé en el Congreso de los Diputados. Un lugar de debate y atención (ya, sí…) dotado de guardería. Y no entiendo bien el discurso Bescansa del “apego“. Al parecer, deduje ayer de sus palabras, elegir la crianza en régimen de apego significa que el bebé va contigo hasta al cuarto de baño, y puedo colegir que si practicas el apego practicas el “colecho“. Término infernal que sugiere que ya no eres una mujer que yace con su pareja, si la tiene, sino un trío dominado por un rey exigente y ruidoso de menos de cuatro kilos. Y que la intimidad y el sexo se diluyen o, mucho peor, se comparten con testigos.

Cuatro. Una mujer no es mejor madre porque enarbole a su hijo y combata la batalla de la conciliación tirando bombas ocultas en pañales llenos de pis (¿Qué pasará en las sesiones del debate sobre el estado de la nación, que duran horas, si el pequeño ser se hace caca? No quiero ni pensarlo. Soy por hecho que Bescansa es obstinada y piensa llevar su intención hasta el extremo, por escatológico que sea)

Cinco. Toda madre ha experimentado esa punzada de reconocimiento vicario cuando alguien se acerca a su bebé y dice eso de “qué rico”. Y ellas, en lugar de salir corriendo por si el extraño se dispone a morder a la criatura, sonríen y se esponjan como si el extraño les hubiera dicho a ellas: “Qué buena estás”.

Seis. Entiendo que una mujer de gesto tan adusto como Carolina Bescansa se dulcifica con su bebé bandera en brazos y suma simpatías donde no las hay, pero eso no justifica el absurdo de meterse en un estreno de cine con el citado ser a riesgo de que los fans de Star Wars se confundan y piensen que en el Halcón Milenario se ha colado Moisés, dentro de un cestillo muy mono, impaciente por recibir el maná que Han Solo no va a proveerle (y Leia, a estas alturas de la película, está seca como el ojo de un tuerto, que diría mi abuela).

Lactancia. Cartel propagandístico

Siete. Si apostamos todos por el outing de bebés, como decía ayer mi querida R., ¿por qué no ampliarla a otros seres desvalidos? “Por ejemplo, mi abuela. A partir de mañana la traigo conmigo y seremos una”.  Y U. puede traerse a su perra, la Lola. Y así con toda la fauna doméstica para fortalecer y extender hasta límites galácticos el Apego, con mayúsculas.

Ocho. Como mujer desapegada que soy, recuerdo con horror, y ya lo he contado, cuando el doctor Goizueta, con su labio leporino, me decía cada vez que llevaba a mi hija cocodrilo a la consulta, con mis pechos desangrados (literal) por una lactancia  tortuosa (“Amor a mordiscos“, es el post) : “Aguante un poco más, que esta niña está muy bien alimentada”. ¿Y la madre qué, torturador Goizueta? ¿Qué pasa con esa madre que pasó varios meses en pánico, fue dos veces a urgencias por mastitis y rezaba por poner fin al martirio con su permiso facultativo? ¿Quién me compensa por esa pesadilla? (porque lo que es mi hija, que tiene 19 años saludables -¡pa chasco!- no muestra ni media conciencia de débito hacia su madre. Y sigue pidiendo…)

Nueve. Espero que las voces de discurso encendido y poco fuste no se abracen a la causa Bescansa como símbolo de la lucha de la mujer por la igualdad. Igualdad es que ellos y nosotras podamos ir al trabajo igual de libres, sin la angustia de no haber podido dejar a nuestros hijos a buen recaudo por no poder pagar una guardería o a una persona en casa. O que ellos y nosotras dispongamos de bajas de maternidad/paternidad que no aborten nuestras ambiciones profesionales. (Y así podría seguir ad infinitum)

Diez. Me cuentan que el hombre que iba detrás de Bescansa la que no descansa por los pasillos del Congreso era el padre del ser pequeño. Ahora sí que no entiendo nada.