1-Engancharme a un libro, a uno solo, desesperadamente y no andar tonteando con muchos y ninguno en esta promiscuidad que me dispersa y trastorna. Quiero ser monógama literaria al menos un ratito. Volver a sentir esa inquietud por llegar y abrir sus páginas, y conquistar en silencio un capítulo o dos o tres, sintiendo que no hay nada más urgente ni más cálido ni más excepcional.

2-Pasar mis fotos del teléfono al ordenador, y ordenarlas (como su nombre indica). Hay miles de instantes atrapados en un terminal tonto que me pueden robar otra vez. Lo que vi, a los que vi, los mapas de nubes, las risas en familia, el asombro del viaje o el menú Nochevieja. Un desastre.

3-AbandonarJuego de Tronos“. No es para tanto y se pierde mucho tiempo. No me excitan como para revolcarnos a diario el enano lascivo ni la sangre ni el incesto ni el olor a burdel ni la sodomía insistente ni las intrigas ni los desfiladeros ni las tabernas ni las mazmorras ni los Lannister perversos ni los nobles Stark. Asumiré que estoy fuera de algunas conversaciones y ya está. Tampoco vi The Wire enterita y no me han salido cuernos ni rabo.

4-Dejar de quejarme de lo que no voy a resolver. O resolverlo. Cabalgar en la pura fantasía del ¿y si? es una manera de procastinación y engorda más que el pastel de turrón de Jijona que nos hizo Nely el otro día (delicioso, por cierto).

5-Encontrar (AL FIN) mi casa de pueblo con patio sin zozobras de plazos. O sea, invocarla como se invoca a los espíritus, a la buena fortuna en la Primitiva (o Bonoloto. No las distingo, parezco lerda cuando entro en la Administración de Loterías y pido una “de las que más bote tenga menos la europea que no toca”).

6-Invertir más en medias calientes de invierno y menos en zapatos absurdos que no voy a ponerme. Seguir con el método de la japonesa loca que te hace vaciar los cajones y regalar todo lo que no te pones. Tratar de no volver a rellenar los cajones.

7-Apuntarme a un curso de MAC con un profe cariñoso y paciente que me explique clarito los atajos y posibilidades del equipo. Te venden que es muy intuitivo, pero intuitivamente lo vas llenando de morralla y te pierdes en mil berenjenales y triplicas documentos que luego no encuentras y te da un semiinfarto cuando crees que ya no está lo que guardaste. De paso, verme el tutorial de Scrivener, el libro de instrucciones de la Thermomix y la etiqueta del nuevo terminal de portero automático que parece un equipo de espionaje del KGB. Tecnoliberación o colapso, es mi mantra.

8-Evitar con elegancia a los tóxicos, pesimistas, criticones, plastas, asesinos en serie, ladrones de tiempo, bobos, guays militantes, vendedores de motos, hierbas con veneno de autoayuda. Plantearme si a veces soy una de ellos  y evitarme a mí misma, si procede.

9-Escuchar a mis hijas hasta el final, sin interrumpir ni rematar sus frases (venden unos artefactos muy chulos en Amazon, bozales me parece que se llaman). Visitar a mi padre en su pueblo de la montaña, romper el maleficio, poner flores a la tumba de mi abuela.

10-Seguir entusiasmándome por ir a despedir el año 2016 con todos mis hermanos, parejas y sobrinos, madre, hijas en un pueblo perdido con tres perros despeluchados y sin gente ni tiendas ni nada que nos distraiga de nuestra compañía. Paseos tiritando bajo botas y guantes, partidas de Scrabble muy reñidas, migas del pastor hechas en caldero en plena calle, sauna y jacuzzi con gin tonic deluxe, petardos cuando llegue 2017 en una tele vieja que a veces no funciona. Todo muy postmoderno y muy lujoso, y tan divertido y tan inolvidable que estoy por convertirlo en un negocio y forrarme. Pero eso ya lo dejo para el año siguiente, que no hay que ser tan pródigo ni tan avaricioso.

Y uno más: Hacer la lista de los sitios a los que volver, y volver siempre: Brihuega, Oporto, Fez, Oviedo, Pendueles, Lisboa…