Mi primer jefe está descatalogado de mi estantería de jefes. Era un tipo despreciable que me sentó a su lado para que le escuchara hablar por teléfono con sus amantes. Yo tenía 22 años, media melena de vestal estricta y rigurosa y un expediente académico rutilante. Él, en realidad, quería una secretaria disfrazada de universitaria modosita. Pedazo de vulgaridad hecha fantasía, dirás. No, él no…