De todas las dietas que conozco, la dieta del silencio es la que mejor arranca las grasas saturadas del cerebro. No cuenta, naturalmente, el breve intercambio de palabras con un camarero solícito -“una Alhambra sin copa, por favor”- ni los desvelos sociales que impone tener un perro tan simpático, zascandil y seductor como mi Bronte. Hoy, de buena mañana, trotábamos ambos por el bosque de…