Confieso que veo algunas noches un programa llamado “First dates” (Primeras citas) y en mi pecado llevo mi penitencia. La cosa es como sigue: Mi sobrina, ahijada y compañera de piso este verano y yo nos confabulamos para quitarnos la culpa de la conciencia viendo el Telediario -sin éxito, porque el de TVE, el primero, el clásico, cede minutos a contar el lanzamiento de un móvil convencional o a presentarnos a un tarado de Murcia que ya ha cazado todos los Pokemon-. Luego, cuando llega el turno de los deportes, cambiamos de canal. Y allí están  ellos. Y ellas.

Una chica que le dice al chico que no es su “prototipo”. Un joven que no sale de su cuarto porque está enganchado a los videojuegos. Una descerebrada que convive con un cerdo vietnamita. Una animalista gótica. Un stripper depilado que se frota contra su cita en una danza erótica que él llama “el gusanito” (no falla, no falla con las mujeres…asegura mirándose al cristal ensoberbecido de su sex appeal). Una cinéfila amante del cine de autor -así se define-  cuya película (¿indie?) de culto es…”El Club de los Poetas muertos”.

Las chicas suelen tener una sorprendente inquietud: El baile. “¿A ti te gusta bailar?” es una de las preguntas más habituales. “Yo soy una persona muy humana”, una de las típicas respuestas. Hay románticos empedernidos y analfabetos sin conciencia de sí mismos. Mucho vestido de lycra repretón y mucho corte de pelo de futbolista. No se habla -al menos hasta donde yo he visto- de literatura, de política ni de arte. Sí de ex, de filias y de fobias. Hay bastante madre soltera preocupada por si tener un hijo disuade a una posible pareja (sin duda la experiencia alimenta ese temor). Y hay bastante valentía (¿inconsciencia?) a la hora de reconocer problemas físicos que uno jamás confesaría en un primer encuentro (una chica con una enfermedad que la dejó sin pelos en cabeza y cuerpo, con peluca y las cejas dibujadas me viene a hora a la lemoria).

Lo más llamativo son las patadas al diccionario, la pobreza del lenguaje. La limitada cosmovisión de estos aspirantes a encontrar el amor de su vida (o un apretón en el asiento de atrás de un coche). Las frases huecas que pretenden epatar sin decir nada concreto. Los “como digo yo”. Las onomatopeyas. Combinadas con las reflexiones de Carlos Sobera, el Cupido cursi del restaurante plató donde se perpetra First Dates, que son de carpeta de la ESO a mucho tirar y que suelta a cámara con una pompa y una solemnidad que uno duda si de verdad se las cree o se está burlando de sus invitados.

Y sí, estareis diciendo: Si tanto te ofende, ¿por qué ves el programa, bonita? Pues porque el asombro crece día a día, y cuando creo que no habrá un “prototipo” depilado que me levante la ceja, me encuentro dos o tres de una tacada. Porque es un rato de risas compartidas con mi sobri. Porque me despeja de la densidad de una jornada dura de trabajo. Porque…

No tengo excusa. No la tengo. Trago morralla como un pececillo en el mar del chapapote. Y acumulo casuística sobre parejas, ese tema inquietante. Y entiendo por qué a muchos les es tan difícil encontrar a alguien entre tanto espécimen exhibicionista, iletrado, egocéntrico y hortera. Y entiendo que una primera cita es un milagro, pero más aún delante de una cámara y auspiciada por un equipo de producción malévolo que sabe lo que se hace cuando selecciona a dos pobres diablos.

Y me voy a la cama poco orgullosa de mí misma.