Anoche, en Madrid, tocaban Hombres G. y mi amigo M. y su banda The black market experience. Los primeros, en Las Ventas, reunieron a 15.000 fans. Mi amigo y los suyos, en un bar concierto de la Prospe, unas decenas de incondicionales de la pasión a los tardocuarenta. Llenazo en ambos casos.

Cuando tienes treinta años un tipo de cincuenta te parece un viejo descatalogado. Pues juro por mi vida que a mí esos músicos con canas entregados al fuego del rock me parecieron los Beatles en los 70. Y nosotras unas groupies ligeras de pelvis y sólidas de rubio que no lanzamos sujetadores porque la edad te confirma en las fronteras de lo innecesario, pero nos contoneamos sin recato y con toda la munición pesada de sabernos en esa otra  plenitud que son las ganas. La alegría a pesar de los agravios, los espejismos de amor, las bagatelas del miedo.

Marini o la vida

Sí, yo también canté “Sufre Mamón”, y cuando surco alada los canales de Venecia, cada quinquenio bisiesto, me sale al tarareo “Io sonno il capone de la mafia” y exploto de la risa, carcajada.  Pero ya no corro a hacerme la foto bajo el puente Rialto, sino que me pierdo por los turbios canales secundarios, esos que no frecuentan las góndolas lustradas con pan de oro y luto -¿dónde estás,  amado Tadzio?-, y hago fotos a las cocinas y salones de esas casas que no cubren sus vergüenzas con visillos, justo antes de presentar mis respetos, acaso de rodillas,  a esa diosa llamada Peggy (Guggenhein). A su jardín con Amish Kapoor y Giacometti. A esa soberbia escultura de Marino Marini “El Ángel de la ciudad” donde un jinete empalmado saluda al visitante y le muestra burlón el vigor erecto de la eterna juventud. Las ganas.

Hedonismo o muerte. Ayer un grupo de cuarentocincuentones nos juramentamos para no extinguir el fuego incendiado de la vida, y en esas llegó P. de despedirse de su padre para siempre. No había nada que hacer. Demencia más un cuerpo ya rendido con tantas luces rojas que los médicos dijeron “de hoy no pasa”. Habría un apagón. Y nuestro amigo P., tan flaco y cariñoso, quiso venirse al concierto con su novia. Y nada me parece más lógico, más cabal y necesario que celebrar las ganas cuando una luz se apaga y tus amigos son bombillas que sostienen e iluminan el rastro de tus lágrimas sin agua.

-No os cambiaría por uno de treinta. Esta edad es perfecta. Hemos aprendido pero tenemos deseos, propósitos,  músculo en el corazón y las rodillas con costras de caernos tantas veces.

(Para mí una rodilla con costras representa la juventud, lo pienso ahora, y recorro con la vista mis cicatrices: la ceja izquierda, el mentón cosido, el muslo que arrasó aquel hierro oxidado. Y luego esas otras invisibles que sólo contemplamos en los sueños).

Querido P., querido M, querida MC, querida B. Querida A. Querido mi J.M… Qué bien os sentí anoche, tan llenos de esperanza. De fuerza de titanes. De Mahou helada con cheetos barbacoa. Sudando sin recato. Celebrando las costras, que son la sangre seca que deja testimonio de una vida a borbotones. La alegría.

(Tan jóvenes, tan viejos…Like a Rolling Stone