Oficialmente soy la nueva presidenta de mi comunidad de vecinos.

Mi nombramiento se produjo en mi ausencia (pero como soy digital, también oficialmente, lo encuentro razonable) así que ignoro cómo ha sido recibido y qué pensarán mis respetables vecinos de tener que llamar a la puerta de la divorciada que llega tarde, descangallada y corriendo, empinada en unos tacones mamarrachos y sin ganas de pegar la hebra con el portero ni de comprobar los niveles de gasoil del depósito (por cierto, ¿alguien sabe cómo se comprueban? ¿Alguien sabe dónde está el depósito? ¿Mancha? ¿Quema? ¿Echa chispazos? ¿tiene trócola?).

Eso sí, ya saboreo las mieles del poder. Ayer en el supermercado una voz me reclamó desde el pasillo de los mejillones en escabeche (mi must en soledad): “Presidentaaaaaaaa”. Yo, así en primera instancia, pensé que Esperanza Aguirre andaba por ahí, pero no. Era mi vecino del segundo y se dirigía con paso firme y un calabacín en cada mano a darme la enhorabuena por el nombramiento. “Ya verás qué bien”.

La frase me pareció inquietante. ¿Qué bien para quién? No soy de ese perfil que necesita un cargo para sentirse a gusto con la vida. Los que acumulo me sobran para cualquier magulladura de ego de aquí a dos generaciones. Tampoco me mola tener que vérmelas con mi vecino Anthony Perkins para nada que no sea el típico comentario de ascensor mientras me pinto los labios por la mañana: “Tengo una colección de 356 trenes, todos en sus cajas, todos funcionan”, me informó el otro día y sentí un estremecimiento. Porque Anthony, a sus más de 50 años, vive con una madre que lo maltrata y una leyenda vecinal asegura que le espantaba las novias en su juventud para evitar que se apartara de su lado. Y hace meses que no veo a la madre…

¿Y si durante mi presidencia me toca presidir un levantamiento de cadáver?

Soy Presidenta y por mis dominios no se oculta el sol. Mis Chukis, sin embargo, son listas y han pillado al vuelo que es un marrón: “Mamá, lo tuyo es salir de un lío y meterte en otro…Con lo falsa que te pones cuando Vlad (el conserje, de Leganés, no de los Cárpatos) te retiene en el chiscón para hacerte la pelota”, murmuró ayer mi adolescente, sagaz a pesar de su bomba napalm hormonal.

Menos mal que el ex presidente saliente y mi vicepresidente se han ofrecido solícitos a darme soporte moral. Creen que una mujer sola necesita un hombre para cimentar el cargo. Que no hay Isabel sin su Fernando (Los dos son encantadores y ayer me enviaron mails con sus credenciales. “Espero que lleves a buen termino tu flamante presidencia”, decía uno. Y sí, debo reconocer que el adjetivo “flamante” me envalentonó. Luego me comunicaron que también en mi ausencia se había constituido una “comisión de obras” formada -oh, sorpresa- íntegramente por hombres que se pondrían a mis pies cuando tocara.

-Ah, ¿pero es que va a haber obras? pregunté estupefacta.

La cosa se ponía azul oscura casi negra, y eso meditaba yo con el carrito lleno de viandas cuando me topé con mi vecina favorita. Una encantadora anciana que sufre claustrofobia y siempre me pregunta dónde me corto el pelo y quién es mi marido. Ayer, después de darme la enhorabuena por el puestazo (qué insistencia), me confesó: “Tu marido tiene mucha suerte, una mujer tan ocupada, tan enérgica y con dos hijos (sigue convencida de que son niños, debe ser porque ve a Minichuki vestida de futbolista) y encima ahora presidenta. Ya puede cuidarte ese hombre, ya…”

Le dije que sí, que ese hombre me cuida y hasta me idolatra, pero que prefiere mantenerse en un discreto segundo plano en lo tocante al matrimonio, los cargos representativos y la intendencia en general. Luego entré en casa, cerré la puerta con dos vueltas de llave para evitar más felicitaciones espontáneas  y me abrí una lata de mejillones con su cerveza. Puse a Nina Simone para que se desgañitara a gusto y yo decidí que ser presidenta engalana tu currículum y le da esplendor. Significa que has bregado con pintores, fontaneros, proveedores, un conserje, plagas de pulgón, serial killers en potencia y mujeres dimisionarias que dan por hecho que la comunidad es cosa de maridos y de divorciadas que cuando sufren se meten un atracón de mejillones con cerveza y tiran millas.

Dicho esto, espero que la mujer de mi vicepresidente no tenga reparos en compartirlo un año conmigo. En la salud y en la enfermedad.