Querida Big-Bang:

Planeo un excitante fin de semana de amor y lujo conmigo misma. Hotel boutique con vistas a la sierra y sus cumbres, cama king-size con dosel estilo Luis XVI, mueble bar norma ISO-Sue Ellen-sin fondo, baño tipo Preysler con grifos dorados, hilo musical con simulación 3-D del mismísimo Baremboin…Todos los extras del hedonismo universal. Más una cena degustación de gran chef a la luz de las velas que zamparé de la A a la Z, como los buenos psicoanálisis.

-¿A qué hora quieren que les reserve el Spa? , me pregunta la recepcionista, tras un interrogatorio previo y rutinario que ríete del de la Gestapo.
-Bajaré cuando me canse de hacer submarinismo en el jacuzzi.
-¿Su marido también piensa “bucear”?, responde con retintín.
-¿Qué marido? ¿Ha oído usted marido? Voy sola, lo he dejado clarito en mi mail de reserva.
-Ah, ya… No sé si ha visto en la web que este es un hotel romántico y que la mayoría de nuestros huéspedes son parejas…
-Sí, lo he leído y procuraré ser discreta y no mirar fijamente cuando se besen a tornillo, pero no le prometo nada. Eso sí, si me observan con lascivia lo mismo me animo a un trío. Una no es de piedra.
-Es mi deber advertirle que el uso individual tiene un recargo de 50 euros.
-¿Cree que voy a deshacer más la cama que los tortolitos apareadores? Yo duermo en aspa, pero una vez que cojo la postura y el Orfidal hace su trabajo, no muevo un músculo. Como una muerta, ya le digo.

Pago con VISA y celebro triunfante el sablazo. La soledad debería estar protegida como la reserva natural de Doñana o el lirón careto. Pero no, ahí fuera hay un ejercito de chungos que se afanan en boicotear a todo aquel que no vaya a los sitios de la mano. La culpa la tienen el arca de Noé, el twin-set, el convoy del aliño, Batman y Robin o la benemérita. Han creado un imaginario a dos que condena a la categoría de raritos a los que vivimos en la casilla impar.

No, no es que no esté abierta al revolcón de luxe, pero como la Nespresso de los Reyes viene sin George Clooney, arranco mi viaje de pasión a la espera de que se incorpore cuando plante a la italiana ésa. A Hugh Grant no pienso llamarle, los años lo han vuelto mujereta y la flema british de ayer ha tornado moflete pachón hoy. Eso sí, para ir calentando el planazo llevo toda la tarde haciéndome arrumacos frente al espejo. Y lo mismo, lo mismo, me regalo un anillo con un buen pedrusco.