Mi querida Big-Bang:

El último oráculo de mi vida se llama “El libro de las mutaciones”, lo que los chinos llaman coloquialmente “el Yi King”. Con el criterio estricto y riguroso que me caracteriza, lo elegí tras verlo en una librería, con la portada tan mona de dragones entrelazados en sanguina y añil, y tener una revelación: “Voy a abrir el King este al azar y lo que diga va a misa”.

Naturalmente, estaba escrito para mí:”Si con la paciencia y la constancia incluso el hombre vulgar consigue el éxito, ¿el hombre superior no podrá hacerlo?”. Madre mía, los chinos también tuvieron su Nietzsche y qué calladito se lo tenían. Mi amiga A-2 me arrancó esa bomba de las manos y decidió regalármelo: “Está escrito para ti, que eres una mujer mutante”.

La paciencia oriental no ha sido una de mis grandes virtudes. En el histórico de mi vida no recuerdo haber terminado jamás un tapete de petit-point. Yo era más de manualidades de bulto, dibujos abstractos que escupía en tres minutos paara ir corriendo a jugar a “churro va”. De haber habido en esos días un defensor del menor y su virginidad, fijo que habría prohibido el “churro va”. Porque se trataba de saltar con saña sobre una ristra de espaldas frágiles y una siempre caía sobre lo que viene siendo el chimichurri, con un dolor tan intenso que nos convenció a todas de que la rotura del himen sería insoportable, y que por tanto cuanto más tarde, mejor. Ahora entiendo que las monjas nos permitieran el churro va, qué jodías.

Yi King, página 188: “Menear las carnes al andar es una mala compostura”. Si, tronko, sí, pero la edad no perdona y el centrifugado de las grasas es un principio de la física sobre el que los chinos no tenéis nada que decir. Vosotros a lo vuestro, la apertura de tiendas chungas en mi calle y al carnaval ése de los dragones, que una vez inventasteis la dinamita y la liasteis parda. Sigo pasando páginas: “Mover las mandíbulas y la lenguan significa hablar demasiado”. Esto ya me irrita, directamente. El camino de perfección chino le dal mil vueltas a los de Teresa de Ávila y San Juan de la Cruz, para que luego andemos chuleándonos de místicos. Apuro el café de un sorbo y cierro el Ying, echando fuego por la boca.

La mutante que soy piensa declararle la guerra a los chinos, por imperialistas, dogmáticos y por ver en las tiendas esas películas tan cutres en blanco y negro. Yo, que veía “La frontera azul ” en la tele, los tenía idealizados. Yo, que crecí bebiéndome las novelitas de Pear S.Buck, soñaba con que un chino me hiciese suya como en “Viento del Este, viento del Oeste”. Pero luego vinieron la Yourcenar y compañía a desmontarme un poco el mito y dejé de frecuentar el China Town londinense. Tras el Ying, lo tengo claro. Lo más chino que voy a incorporar hoy a mi vida serán los rollitos de primavera. Y que Confucio me asista.