Mi amiga A. es guionista del nuevo anuncio de Campofrío dirigido por  Icíar Bollain que, bajo el claim “Hazte extranjero”, incendió ayer las redes sociales: “A ver esta vez por dónde nos atizan”, me dijo, lacónica, tras confesarle yo que a mí me había encantado pero que en el grupo hubo quien discrepó por encontrarlo moralista y enfatizar valores casposos de los españoles.

Algo mucho más español que la caspa, encuentro, es nuestra condición de seres reactivos. Yo la primera, por supuesto. Nos ponen delante cualquier objeto susceptible de ser criticado -libro, actor, look repretón de sex symbol, plato de paella- y nos aplicamos al despelleje más o menos virulento con una facilidad olímpica. Todo español lleva un tertuliano dentro, un taxista dentro y un comentarista de fútbol dentro. Y sí, es un tópico como otro cualquiera. Pero los tópicos funcionan. Y eso lo sabe como nadie la publicidad y lo explota.

¿Cuál es el antónimo de reactivo?, me pregunto. ¿Proactivo? Porque tengo la sensación que cuando nos invitan a crear conceptos, a desarrollar ideas nuevas, a defender posiciones inéditas, nos arrugamos. El saque nos cuesta más que el contraataque. No somos zapadores. Tenemos un desproporcionado sentido del ridículo y esperamos a que otro asome la patita para exhibir una teoría propia y oculta, no sin asegurarnos de que ese otro que la comparte y en caso de caernos nos caeremos con un equipo. El español es muy de ir juntas al baño. Del “que inventen otros” de Unamuno.

Hay jefes que sólo se lucen diciendo que no, echando a bajo las propuestas, machacando los impulsos de sus subordinados. Pero jamás tiran de ellos para ayudarles a sacar su mejor yo. Ni son capaces de convertir una idea mediocre de otro en una gran idea por haber detectado que bajo el barro había oro. Una brillante y fantástica pepita de oro.  Por debajo de esa resistencia suele haber miedo. Vértigo. Pereza. Inseguridad. Y seguramente hay organizaciones que se debilitan y mueren de anemia galopante por el carácter reactivo de sus dirigentes. Pero lo mismo me equivoco y estoy siendo reactiva en mis consideraciones. Y puede que yo misma sea ese tipo de jefe en ocasiones.

Admiro cada vez más a esas personas que sacan pecho y exhiben sus ideas sin miedo a que no sean perfectas. La búsqueda de perfección nos lleva al boicot más salvaje que hay, el autoboicot. Y de ahí a poner a parir el anuncio de Campofrío -lo dice una que ha puesto a parir el de la Lotería, pero reconoce su eficacia- hay un paso.

(¿Qué harías tú? es la pregunta clave cuando un reactivo irrumpe en una reunión. Toma la pelota y hazte un saque, que el marcador echa humo y nos están tumbando). 

No conozco ni un solo genio reactivo. Las personas que más admiro, me doy cuenta, son valientes que se meten por caminos llenos de zarzas y barro con un cuchillo de juguete. Que se la juegan a una carta. Que se tragan el miedo a cagarla, con perdón, pero no son descerebrados ni insensatos. Mi amiga A., por cierto, es una de esas personas. Y su anuncio será bueno o malo, moralista o tópico, pero estoy segura que no se le va a olvidar a nadie. Y los de Campofrío, que no deben ser tan tontos, pueden estar contentos porque ya es un éxito y es posible que vendan más jamones y más chorizo, que de eso se trata.

“Ya está, me hago sueca”, dice Chus Lampreave en el papel de su vida (después, tal vez,  del de la portera testigo de Jehová). Pues yo también voy a hacerme la sueca, querida Chus, que para eso soy más rubia que tú pero con mucho más sentido del ridículo. Eso tan español.