Mi querida Big-Bang;

Ahora que Wikileaks ha entrado en nuestras vidas no sé si tiene sentido que siga contándote mis secretos más inmundos. Quizas debería esperar a que El País los publicara en primera, junto a las conspiraciones diplomáticas más chungas. La discrección es un valor a la baja y a mí siempre me gustó ir a contracorriente.

Los académicos de la lengua, ésos que andan matando acentos como gamusinos, bien podrían entonar un responso por expresiones como “callar como una tumba”. Las tumbas han hablado, y en unos términos bastante más barriobajeros que los que vemos en las películas de espías. O sea, que la Academia tiene razón.. Hay que introducir el vulgo, cepillarnos algunos signos de puntuación y amenazar con torturas high gore a los fontaneros que se aplican en las tuberías del secreto de Estado.

No me extraña que Hillary Clinton ande en un puro sobresalto. Que el mundo entero supiese en su día que su maridito se la pegaba con una estudiante por los bajos del despacho oval fue tan difícil de limpiar como la mancha del vestido de Lewinsky. Pero volver a mirar a la cara a Cristina Kirchner cuando has encargado a tus espías que comprueben su frágil equilibrio mental es mucho peor. Imagino excitantes peleas de barro entre ambas, a bolsazos de Chanel, en alguna de esas aburridas cumbres internacionales que frecuentan.

Por mi parte, voy a dedicar todos mis esfuerzos a inventar secretos que nunca fueron. No puedo soportar ser tan gris e inconsistente, porque la clientela se me está yendo a otros bares. Déjame que te vaya ilustrando con mis trolas y finge que apuntas algo en tu cuaderno. Megalomanía, egocentrismo, delirios de agudeza. Y ya si eso remata y envíaselo al tipejillo ese que anda huido y desperdigando sobresaltos desde su maléfica web.