P { margin-bottom: 0.21cm; }“Vos hacés el amor con cara de
empleado”
(La Tregua, Mario Benedetti)
Conocí a Mario Benedetti hace
mucho años, en 1992, cuando fui a entrevistarlo a su casa del barrio de
Prosperidad. Me abrió la puerta su mujer, y enseguida llegó él. Un
hombre gris marengo con su eterno bigote, que siempre pensé que no
se afeitaba por miedo a desaparecerse
, a que nadie lo reconociera y a
tener que vociferar “soy soy, soy yo”, por los pasillos de un
congreso de autores latinoamericanos.
Yo era una pipiola enferma de
curiosidad e inexperta. Él un escritor cuajado de aspecto tan
humilde y anodino como un cobrador de autobús. Desapasionado en las
formas, taciturno
. De hablar pausado y leve sonrisa vencida e
irónica que desmentían sus ojos atentos, brillantes como el carbón al sol. La casa olía
a puchero rancio. Me atrevería a decir que era casi pulcra, pero no
ordenada. El motivo de nuestro encuentro se llamaba “La
borra del café”
, y era su último libro. Yo nunca había
utilizado la palabra “borra” y me sentí afortunada del hallazgo.
Me ofreció un mate. Acepté.
Si alguna vez me suicido, será
en domingo. Es el día más desalentador, el más insulso. (…) A
veces pienso qué haré cuando toda mi vida sea domingo. Quién sabe,
a lo mejor me acostumbro a despertarme a las diez”
.
La Tregua” es el diario de
un hombre a punto de cumplir cincuenta años que sólo tiene un afán
en su vida: jubilarse. Viudo desde hace más de veinte años,
tiene tres hijos que le quieren regular, un trabajo mediocre y
meticuloso y una meritoria feúna de la que se enamorisca para
entretener el tedio y las horas. Eso al menos hasta la página 84, a
la que llegué ansiosamente mientras tomaba el primer sol de la
temporada. Ese shock que experimenta el cuerpo cuando vuelves a
someterlo a un bikini (con “k”, siempre con “k”)y un sombrero de ala ancha. Vuelta y vuelta. El
silbido de la brisa en las palmeras. El olor a bronceador de coco inexistente. La
borra gloriosa del estío.
Recordé a Benedetti. Ese pedir perdón
por existir de sus pasos en pantuflas de andar por casa, esos poemas que leía apasionada. Una mujer desnuda y
en lo oscuro, Vas a parir felicidad, Arena entre mis dedos, Defender
la alegría
como una trinchera… Lo tenía delante, como si tal
cosa… Me miraba con la complacencia del sabio y la delicada condescendencia de quien está ante un novato y no quiere humillarlo. Su mujer
trajinaba por la casa y las estanterías reventaban de libros y de
polvo. (O puede que no hubiera polvo y sólo exista en mi recuerdo,
como el olor a col o la luz mortecina que entraba por los visillos
esa tarde).
Vos hacés el amor con cara de
empleado
”. Subrayé la frase de inmediato. Me pareció
elocuente, inspirada, divertida y elegantemente procaz. Imagino
perfectamente esa cara en plena convulsión orgásmica, y a ese
hombre muerto en vida que aspira a jubilarse para un suicidio en
domingo, a partir de las diez de la mañana, después de haber
apurado su mate amargo y despedido a esos tres desalmados con nombre
de hijos. La vida como un pliego de descargas. El olor a rancio de la
tarde de un barrio popular. Un organillo, tal vez. Una mujer con un
vestido ceñido al talle. Fea, pero inspiradora. “Hueles a bosque”, le
dice él. Y se arranca el bigote, y se desaparece.
CURRÍCULUM
El cuento es muy sencillo

usted nace

contempla atribulado

el rojo azul del cielo

el pájaro que emigra

el torpe escarabajo

que su zapato aplastará

valiente

usted sufre

reclama por comida

y por costumbre

por obligación

llora limpio de culpas

extenuado

hasta que el sueño lo descalifica

usted ama

se transfigura y ama

por una eternidad tan provisoria

que hasta el orgullo se le vuelve tierno

y el corazón profético

se convierte en escombros

usted aprende

y usa lo aprendido

para volverse lentamente sabio

para saber que al fin el mundo es esto

en su mejor momento una nostalgia

en su peor momento un desamparo

y siempre siempre

un lío

entonces

usted muere.