Mi querida Big-Bang:

“Cuando no estoy volando, estoy volada”. La frase resume un encuentro fortuito con una desconocida que me abordó la otra tarde en una cafetería de diseño mientras me disponía a meterme una dosis letal de cafeína. Nadie que me regale una sentencia así puede caer en el olvido, y más si dice reconocerme por las fotos que guarda su novio en el cajón del eterno retorno.

Una vez el Richard me dijo: “Si rompes tira su ropa, tira sus libros y , sobre todo, tira sus fotos”. La carga radiactivosentimental de las fotos está bien documentada en revistas de amplia difusión científica, pero una es vaga y nunca termina de rematar la limpieza, de modo que de cuando en cuando salen a flote cadáveres en forma de pruebas gráficas del amor que fue, o de la amistad que se ha ido.

Conocí una mujer que sacaba de las fotos a los protagonistas que sus hijos habían dejado de amar. Cogía delicadamente la imagen con una mano, la tijera con otra y rebanaba cabezas como una Charles Henri Sanson aficionada y de alta precisión. “Esta tipejilla se acabó, no quiero verla más en la cómoda del abuelo”, venía a decir. Aquello tenía la ventaja de exorcizar no sólo la imagen, sino el sentimiento, porque en esa casa dejaba de nombrarse al ausente para la eternidad, sin duelo mediante ni unas lagrimillas de reconocimiento póstumo.

En realidad, nos pasamos la vida celebrando funerales sin darnos cuenta. Matamos las modas, el fondo de las botellas de ginebra, las plantas mal regadas o el polvo que se amontona en los rincones. La modernidad nos ha dotado de artilugios infernales que nos ayudan a perpetuar crímenes cotidianos sin mala conciencia. Luego nos calzamos los zapatos, elegimos un bolso que no desentone o que chirríe decididamente y nos echamos a la calle.

Veamos, ¿qué puedo matar hoy? ¿El hormiguillo que me invade, la carrera incipiente de las medias, mis deberes cívicos o una tarde de lectura apasionante de periódicos con titulares chungos sobre el aire denso y enrarecido de los tiempos? ¿Mato el granito que amenaza romper la simetría de mi frente? ¿Mato dos o tres piojos made in el cole de las chukis? ¿mato el miedo a bailar con un desconocido, el miedo a enamorarme, el miedo a tener miedo?

En estas cavilaciones estreno un domingo de sol y frío, lista para encuentros con mujeres pizpiretas que me reconozcan y me aborden sin miedo. Ahí fuera hay ánimas del pasado con las que me echaría unas cañas con patatas bravas, si se tercia. Ellas son yo, y mato por ponerme al día de sus evoluciones en el más allá. Acá hace tiempo que paramos el reloj y nos dejamos arrastrar por el tubo de un aspirador gigantesto. Somos polvo y giramos vertiginosos en un saco donde, de cuando en cuando, alguien nos reconoce y saca la foto de la chistera. Entonces empieza todo.