Mi querida Big-Bang;

El menosprecio ciega mis ojos, como el humo. Observo que las noticias sobre viejos se desarrollan desde la mirada condescendiente y paternalista del redactor de turno. A la tercera edad se le pregunta con el mismo tono naif que a los niños idiotas, y se les saca bailando o haciendo el indio para que la pieza quede según un estandar social, ese que los convierte en payasos que cobran una pensión cutre, se lían en los viajes del Imserso y ven la telenovela de las tardes para matar el rato antes de que el tiempo los mate a ellos.

Mi abuela se cabreaba como una mona cuando alguien se dirigía a ella como ; “abuela”. Ponía cara de perro y respondía; “oiga, joven, yo soy abuela de mis nietos” (y añadía “y va a bailar el chotis con ese viejo asqueroso su madre”) Con un carácter del demonio, una cuenta corriente a prueba de balas y casi cien kilos en sus mejores épocas, la yaya dejaba muerto a cualquiera que osara reducirla a un estereotipo cerrado y muy poco matizable.

Pero iba más allá. Si se nos cruzaba un señor mayor vestido con coquetería, soltaba un “Mira ese viejo, qué se creerá!.Y si se cruzaba con Nievitas, la gorda del barrio, hablaba de su obesidad como si la cosa no fuera con ella. Porque mi abuela, además de no entrar en el cajón de los viejos, se negaba a entrar en el de los gordos o en cualquier otro cajón con etiqueta.

De lo que se deduce que para escapar de la condescendencia hay que tener carácter -lo que se viene llamando mala leche- dinero y muchas arrobas envueltas en faja de Christian Dior. De lo contrario te subirán a un autobús, te darán un bocata de chorizo del chungo y, a la que te descuides, estarás en una manifestación contra Zapatero o contra los sindicatos, con suerte. O, mucho peor, cantando “qué buenos son, los padres capuchinos, que buenos son, que nos llevan de excursión”.

Dirás que a qué viene esta diatriba dominguera. Pues a que he decidido el tipo de vieja que quiero ser. El otro día se lo comenté a mi amigo J, que trabaja en el ladrillo: “Quiero que construyas una residencia muy fashion con un estricto derecho de admisión”. El hombre, que es listo como él solo, me dijo que los viejos son muy elitistas entre sí. “Vamos, unos hijos de puta, para entendernos”, fueron sus palabras, y que a nada que te descuides te desintegran del grupo. Luego, sí, se echan un baile y corren como fieras a esquilmar el buffet libre de los viajes del Imserso.

Como ser vieja no entra en mis planes, he decidido crear la agencia de viajes del IMMUERTO, para “la Tercera Gravedad”. Esa que no lleva dentaduras postizas móviles ni se carda el pelo en la peluquería los terceros martes de cada mes. Ni pringa con los nietos ni cocina para las vagas de las nueras. Sólo desafía el último día con un ímpuetu tal, que de salir en las noticias, lo haría en la sección fenómenos paranormales, haciendo un corte de mangas a esos que pretenden matarlos en vida, sin encargar siquiera un responso por sus almas.