El electrochoque sirve para eliminar recuerdos selectivos, según ha publicado un equipo de científicos europeos en la revista Nature Neurosciencie. Encuentro la noticia en un periódico gratuito y me extraña que no abra los telediarios del planeta. Estoy segura de que al magnate del petróleo Jodorkovsky le aplicaron electroshock antes de soltarlo a la calle por la amnistía general del magnánimo Vladimir Putin.

Hay recuerdos molestos, zumbones, porculeros, que si pudiéramos eliminar seríamos mucho más felices. Nuestro disco duro se resiente de los desplantes, mentiras y pequeñas mezquindades de los que fuimos víctimas o verdugos. Un par de descargas cerebrales y zas,  volveríamos a ser vírgenes como si un algodón mágico hubiera pasado por nuestras neuronas hasta el corazón de ese lugar que fija los recuerdos y nos devuelve una biografía cargada de anotaciones incómodas, prescindibles.

Jodorkovsky

No recuerdo el título de un libro que leí hace un mes, pero sí la ropa que llevaba, hasta el mínimo detalle, el día que murió mi abuela. Ese pantalón negro, una blusa de seda color vino perfumada de París de Saint Laurent. Y a una mujer más joven, yo misma, que lloraba y miraba delante del cristal donde alguien que se parecía a mi abuela dormía en una caja forrada de raso blanco. Recuerdo que pensé si no tendría frío y por qué se meten flores en una nevera llena de muerte. Si el frío eliminaría su fragancia. Y pensé que las coronas fúnebres no huelen. Y que siempre parecen de plástico. Y que la muerte es plástico no biodegradable.

(También recuerdo la fecha de la Revolución de los Claveles, imagino que por lo antitético de lucha y flores, y sin embargo hay una grieta negra en el recuerdo de la última vez que me sentí ingenua. Imagino que la mente es sabia y se aplica una descarga para que no duela, como uno de esos dispensadores de morfina que te dan después de una cirugía).

Se me ocurre que el electroshock es el mejor tratamiento contra el escepticismo.  También contra la crisis de los cuarenta, que consiste que que ya dispones de datos suficientes como para saber quién eres, lo que ya no vas a recuperar y hasta dónde puedes llegar con lo que te queda. La sabiduría es una putada, con perdón, o una plataforma desde donde lanzarte a una piscina llena de pirañas. Y sin embargo necesita toda la secuencia de recuerdos, sensaciones, temores, sorpresas inesperadas, decepciones, para armar la identidad y salir con ella a la calle cada lunes, cada martes.

Creo que escribir es la mejor estrategia para engañar a la memoria. A falta de electroshock nos queda la bomba de palabras. Un cañón de disparos selectivos que fijan no lo que fuimos, sino lo que la erosión de la experiencia nos condenó a ser, pasado por un tamiz que huele a flores frescas. Una mentira perfumada que nos permite vivir con nosotros mismos.

Recuerdo, la mente es caprichosa, un artículo de Vila Matas -ese hombre del que no termino de apreciar las novelas pero sí sus columnas periodísticoliterarias- sobre Jules Renard y su diario, que arrancaba así: “Escribir es una forma de hablar sin que te interrumpan pero es, además,
una actividad más complicada incluso de lo que parece porque, como
decía Jules Renard (1864-1910), uno tiene que estar todo el rato
demostrando su talento a gente que carece de él
“. Del autor francés lo desconocía todo, no voy a hacerme la intelectual a estas alturas. Pero me sobrecogió la lucidez de algunas de las frases que entresaca Vila Matas de ese diario que un día apunté en una lista que perdí de libros que quiero devorar: Como esa en la que confiesa que al escribir siempre busca “la frase que vibra, corta como un alambre demasiado tenso”.

No recuerdo por qué partí de Putin y he llegado a Renard. La mente es sabia y selectiva. Y enmedio de la vorágine del olvido a veces saca el brazo del sarcófago y arranca una flor de la corona. Y se la lleva despacio a la nariz para exprimir su olor y etiquetarlo en el olvido para siempre.