Paso la tarde del viernes en completa y gozosa placidez. Aferrada a la cuarta entrega del diario de Salvador Pániker que él ha titulado “Diario del anciano averiado”  (Literatura Random House), título que, por coloquial, no me encaja del todo con el tono tan desafecto al chascarrillo, las frases hechas y lugares comunes del volumen. Él mismo se queja de este mal endémico: “Anatomía de los tópicos: uno nunca dice lo que quiere sino lo que puede. Y algunos pueden muy poco”.

Mi hija mayor duerme la siesta. Las siestas de viernes son necesarias para curar las heridas del látigo sin saña que ha sido la semana. C. ha ido a una clase y volverá con un teléfono nuevo. Las niñas conquistan a sus padres a espaldas de las madres, en una maniobra de seducción tan sibilina que da miedo.

Naturalmente, el anciano Pániker apenas tiene de anciano el esqueleto y unas carnes que ya se deshilachan. Su potencia intelectual está a pleno rendimiento, y asegura que el sexo sigue siendo un afán,  lo cual nos da esperanzas.

Subrayo, subrayo, subrayo. Cita a Gide: “Con buenos sentimientos se hace mala literatura”. Le respondo: “Incluso a veces con los malos”. Subrayo “lucidez” y también “desfachatez”. Elaboro en los márgenes del libro una columna ritual de palabras y expresiones breves que otorgan cumplida precisión a su relato.  Egocentrismo, defensa y tópico, epifanía del instante…

Salvador Pániker

Me doy cuenta de que llevo meses sin disfrutar de una novela. Que he sido poseída, arrastrada, por los diarios, memorias, apuntes de viajes, ensayos literarios, diálogos y literatura epistolar. Algo tienen  el yo y la realidad que me provoca. O puede que haya rachas en la vida en las que uno no se permite ni media fantasía en boca de otro.

El placer absoluto de una casa en silencio, un aparato que escupe vapor mentolado y la manta sobre las rodillas. Los prolegómenos de una Navidad que ya toca a la puerta, y de nuevo este hombre con su brutal clarividencia: “Nadie necesita a nadie. Solo hay adherencias más o menos fuertes”. Me parece que sí. Que uno es más libre cuando no necesita. A cambio está más despierto, más consciente de que es el mundo y él. Los otros como personajes secundarios. ¿Necesitar es siempre cobardía?. El terror a la muerte. Aferrarse a una cornisa medio rota a ver si te rescata un bombero fornido (que puede ser un padre, un marido, un hobby absurdo, un dios…).

Tomo algunos apuntes para un relato probable, excitada de hablar con este hombre que no rinde su mente a las demandas de ese cuerpo que duele cada vez que se despierta. Su problema, asegura, es que cree demasiado poco en lo que cree, y aquí lo encuentro algo más juguetón, menos profundo. Tirar de juegos malabares es sólo un artificio para tomar oxígeno y seguir en la batalla de pulir cada frase, cada párrafo, hasta la mínima expresión/máxima potencia.

Se levanta mi hija, somnolienta. Le pregunto cuál ha sido el último libro al que se ha enganchado. Se encoge de hombros. Quiere hablar, pero no de libros, de sus cosas. Y se arrebuja cerca, y compartimos manta y confidencias. Y es un rato feliz, por íntimo y sencillo.

Y aún tendré luego un tiempo para volver al libro, que ahora cita de Charles Darwin, cuando dice que no hay que confundir el sentido de lo sublime con la creencia en Dios, “y añade Darwin que probablemente la inculcación durante la niñez de la creencia en Dios hace que luego sea tan difícil desprenderse de ella, “como a un mono les es difícil liberarse de su aversión a la serpiente“.

Adherencias. Es cuestión de adherencias. Conviene vigilar a qué o a quién nos adherimos, me parece. Y a veces arrancarse o arrancarlos, a riesgo de despellejarse un poco la piel y de pasar frío.

Anoto los regalos que pediré a los Reyes: “Cuaderno amarillo“, de Pániker, alguno (por determinar) del peruano Julio Ramón Ribeyro y el “Cuaderno Gris”, de Plá, que el año pasado finalmente no compré pero del que leí largos fragmentos fotocopiados (mea culpa): “A mí no me han gustado nunca los tipos extraños, extravagantes,
bohemios, genialoides o misteriosos. Para misterios ya hay bastantes con
los que se presentan en cada momento. Son tipos que me cansan
”. Como a mí.

La ficción, en forma de la última de David Vann, me espera en la mesilla. Ya veremos.