Fanzine by Venegas

Él es una antigüedad del siglo XXI. Sin duda puede suceder. Los límites de la modernidad experimentan un continuo trasiego, unos vaivenes insólitos de consecuencias imprevisibles. Se puede estar descatalogado en el preciso instante en el que muestras al mundo tu obra.

Ser contemporáneo, ser contemporáneo…

He dormido en el chill out y eso se paga caro. Un colchón en el suelo, un móvil de conchas marinas translúcidas que la brisa convertía en instrumento y la voz de Carminho, todo junto, tienen efectos lisérgicos. Pensé que hay deja vù que merecen una moviola eterna. Y después di tres vueltas hacia un lado, tres hacia otro, y decidí que ya era hora de dormirse. Que hay círculos que deben cerrarse o no son círculos, sino absurdas figuras que se resisten a las estrictas leyes de la geometría. Y que el olfato es de todos los sentidos el que más perpetúa los recuerdos.

(También que una cocina a medio recoger es una bacanal postergada).

El nieto moderno me propone acudir a charlas de filosofía. No sé nada de Shoppenhauer, ni de Lipovezsky  que pueda defender con solvencia, le advierto. Me sorprende que haya menores de cuarenta dispuestos a pasar una noche a la semana devanándose los sesos en busca de preguntas que generen nuevas dudas. Dudar es vivir. En realidad, pienso que el chico se ha metido al cuerpo alguna sustancia inclasificable y ahora proyecta sus delirios en forma de hipótesis.

-Yo trabajo con hipótesis, le advirtió ella. Pero si no estás de acuerdo, las desmonto y fabricamos otra.

Las terapeutas modernas han abandonado el tonillo condescendiente que encierra a los dictadores, al parecer. Mi amigo está satisfecho con la idea de machacar hipótesis mientras espanta sus demonios y eso merece una cerveza y una cena con velas.

La modernidad. Anoche Luis Venegas presentaba en Loewe sus fanzines. Me hubiera gustado estar, pero mi cuerpo tenía otras urgencias. Luis es un moderno que asombra también a los mamarrachos. Suele llevar gafas enormes y sonríe como un niño pequeño pillado mientras prepara una trampa para pájaros.

“Yo lo que quiero dentro de diez, de veinte años, es invitar a mis amigos y desatar las pasiones con espuma marina” -me confesó él por debajo del mantel. Y luego, más: “No me gusta cómo mira esa mujer, me inquieta, me espanta, me escruta y me expulsa de su lado”. Le di un beso y lo acompañé hasta la puerta de la calle.

El sexto sentido es eso que te hace huir de algunas personas o apoyarte en su regazo una noche después de años de dar vueltas en la rueda del hámster. Mi amigo es un señor que ha vivido mucho y ha elegido la casilla equivocada. Un laberinto de platino donde hay varios menús al día y ni una gota de pasión. Una lástima.

Sartre y Simone

El hombre que renuncia a la pasión es hombre muerto. Una antigüedad del siglo XXI (Con la venia de Jean Paul Sartre -El hombre es una pasión inútil. La experiencia metafísica del absurdo del mundo es la náusea)  Guapo, muy guapo en su categoría de seres que han matado de facto a la pasión. Muerto, muy muerto.  

Con mucho menos el artista se haría una performance y luego citaría a un pensador checo o polaco, entre nubes de humo de un tabaco áspero como las ideas insomnes.

Conclusión provisional: Una mala noche la tiene cualquiera. Una magnífica, sólo los valientes con alguna asignatura por aprobar en la cartera y toda la existencia por delante. Sin GPS ni otros aparatos descatalogados como ideas huecas ilumidadas con focos ténues en una galería improbable a donde acuden modernos para firgirse contemporáneos. En busca del soñado upgrade social.

PD. No me he drogado, soy de las monjas y me coloco mirando fijamente las nubes desde un colchón tirado en el suelo. Y una certeza: debo volver ya mismo a Lisboa.