P { margin-bottom: 0.21cm; }“Si eres capaz de descubrir cómo
eres, si eres capaz de descubrir qué es lo que crees realmente
respecto de la mayoría de los grandes asuntos de la existencia,
serás capaz de escribir una historia que sea honesta y original y
única”.
De cuando en cuando, vuelvo a apoyar mi
cabeza en el hombro de Dorothea Brande. No es mi última opción, eso
que en los concursos tristes de la tele se llama el comodín del
público, es la opción de un viernes con bostezos de frío y un
cielo tejido por una telaraña desnortada y poco diligente, con
pegotes de nube aquí y allá. Gris marengo en contraste con mi taza
naranja brillante del café (esa que me permite mantener la coartada
de que tomo sólo uno al día, pero que dado su volumen debe
equivaler a dos y medio).
Descubrir quién eres. O que te
descubran, que es mucho más inquietante
. La otra noche asistí a una
cena de amigas con una invitada estrella. Una grafóloga profesional,
lista como un rayo y con despistante  apariencia de ratilla vivaz de biblioteca,
que sólo necesitó medio folio de mi escritura frenética y
deshilachada para pillar al vuelo mi fuerte carácter -”pese a esa
carita angelical con ojos azules”- mi impaciencia patológica, mi
intolerancia a los nichos de aburrimiento y mi vis cuestionadora de todo,
entre otras grandes “cualidades”. La mujer, aguda y solvente
detrás de sus gafas, iba desgranando en un tono neutro, cuidadoso,
mis emes y mis bucles, mientras mis amigas y yo engullíamos
deliciosos buñuelos de nata y bebíamos vino de esa gran anfitriona que es M.

¿Mamá, todo lo que te han dicho es
malo? Quiso saber mi hija mayor, al día siguiente. “Bueno… también dijo que soy imaginativa, muy buena comunicadora,
que tengo miles de metas por cumplir y no me adoceno, que necesito
mucho que me quieran…”.

La fragilidad de los fuertes. ¿De eso
podría hablar, querida Dorothea?. De cómo la fortaleza se alimenta
del re-conocimiento de nuestras debilidades. De que una intemperie a
tiempo vale más que un paseo con ese chaquetón heredado de mi
abuela -”la pellica”- que huele a naftalina y se pudre por dentro
en la penumbra del armario, mientras languidece el lustre de los
lomos de visón que ayer mordían dedos de cuidador de granja en
Rusia.
No, no debo despistarme tanto. Rusia
está muy lejos y hace más frío que aquí (lo que no impide que
sus informáticos con sabañones hayan intervenido al parecer en el
asunto catalán). Yo hablaba de Dorothea Brande y de ese libro de
cabecera que se llama “Pa-ra-ser-es-cri-tor” (Editorial Círculo
de Tiza
, que es también mi editorial). Y en ningún momento dice la
gran editora que ser dulce en apariencia y bestia de fondo sea un mal
punto de partida para lanzarse a escribir. La dualidad, como el
malditismo o la serendipia, han sido tradicionales atributos del autor.  Ser explosiva debe ser mejor que ser alcohólica o tener tendencias suicidas, digo yo. Y sale más barato. Uno puede
poner por ejemplo a su protagonista de ojos claros a arrancárselos
frente al espejo con la misma parsimonia del replicante Roy a su
creador en Blade Runner.
Película -la original, me temo que la única-que volví a ver en casa de I.
Otra anfitriona generosa que no nos pone a dieta a las rubias
iracundas, ni siquiera a las morenas sumisas o a las pelirrojas
irreverentes, sino que derrama tortilla de patatas, quiche lorraine y
risa cascabelera mientras envía a su gata al dormitorio para que no
incordie entrepiernas ajenas.
Ya me he vuelto a ir. Hablaba de que
somos uno y trino. Y con esa pandilla nos ponemos el despertador
cada noche para que los tres pilotos se desconecten seguros de que
mañana será otro reto. Y hoy con mi taza naranja gigantesca en una
mano he vuelto al mantra Dorothea: “Para ser escritor hay que
aprender a mirarse desde fuera”
. Y yo no veo, nunca he visto, a una rubita
angelical de ojos claros. Sino a una fiera con las uñas al ras,
domesticada a ratos, que escribe al aire sin pensar en cómo la
delatan las emes o los puntos de las íes. Y quiere que la quieran, incluso con padrastros en los dedos.
María, mi amorosa peluquera que me ha tejido una colcha patchwork para que me proteja de los malos vientos, siempre lo tuvo claro: “Tú dulce por fuera, pero macarra en la escritura”. 
(Una de esas mujeres que están convencidas de que los androides sueñan con ovejas eléctricas).

PD.Dedicado a Elisa.Con admiración y cariño.