Mi querida Big-Bang:

Cuatro días sin leer el periódico ni ver la tele y vuelven los tambores de intervención.  La banca no descansa, el Fondo Monetario tampoco, y los finlandeses han decidido que quieren ser más protectores de la raza que Martínez el facha. No se os puede dejar solos.

Una vez fui a Finlandia de viaje de novios. No era yo la novia, pero sí unos íntimos amigos que nos pidieron que los acompañáramos en ese trance. Y allá que fuimos. Para mí, por entonces, lo más interesante del país escandinavo eran Alvar Aalto y Eero Saarinen, dos mitos que habrían vomitado ante el barroquismo de las casas españolas pre IKEA. Yo quería un sillón Paimio del primero y una mesa Tulip del segundo, pero si en el camino había que sujetar las velas de una pareja de recién casados, no iba a escatimar.

Helsinki me pareció una promesa de modernidad que apenas atacamos, convencidos de que la cabaña de madera en medio del bosque superaría cualquier expectativa romántica. Y así fue. Tenía su barbacoa, su embarcadero y su sauna a 100º en la que más de uno sufrió una lipotimia que casi lo deja allí, en territorio design, congelado como la carne de reno en tiras que devorábamos día sí, día también.

Por entonces, los finlandeses aún no ganaban festivales de Eurovisión, pero sí podían chulearse de introducir en las guías turísticas atracciones como la “water tower”. Un monumento que nos llevó durante horas por esas carreteras perfectas a 80km/h hasta comprobar que se trataba de un depósito de agua. Tal cual. El minimalismo finlandés era una realidad, y Alto y Sarineen dos hijos naturales de una atmósfera proclive a la simplificación, al sacrificio de las estructuras en pro de la naturaleza.

Más tarde amé a Nokia, claro. Y entendí que pese a la alta tasa de suicidios del país, eran felices en su afán connecting people. Mientras los españoles seguíamos construyendo puentes rococó y chuleándonos de la tortilla de patatas y de la siesta.

Entenderás que si te suelto este rollo es porque se me ha desmontado un tópico. Si el finlandés no me quiere como extranjera que soy, me veré obligada a abrazar el diseño sueco, y eso sería una alta traición a mis convicciones estéticas. La ultraderecha avanza y esa velocidad no es sostenible. En cuando pueda pienso cambiar las sillas hormigas por unas Panton. Y la sauna por el baño turco.