Mi querida Big-Bang:

Cuando la ira me ciega, me tomo un té de mandarina y hago omhhhhh. Siempre he creído que los tontos tienen más peligro que un bidé lleno de pirañas, pero las reglas sagradas de la corrección política insisten en compadecerlos. Ja!!! El tonto siempre termina llevándose el gato al agua y a ti se te queda cara de subnormal. La inteligencia, ese bien tan escaso como el puma africano, cotiza a la baja. Es tiempo de vadeadores de ríos profesionales, de nadar y guardar la ropa, de fingir que haces para que nada a tu alrededor se inmute. Del mamoneo a destajo. Del tonto espabilado.

Congreso de los diputados, ayer. Como la madre moderna y actual que soy, insisto en que mis chukis vean el telediario. Zapatero, desencajado y ojeroso, enfatiza que nuestra economía goza de salud y envidiable confianza ajena. Rajoy, con ese lustre viejuno del candidato eterno que no termina de cuajar, desenfunda sus pistolas de juguete y da una réplica de guiñol. Mis chukis, avispadas que son las jodías, sueltan: “mamá, los dos son un poco tontos, ¿no?”. Dudo sobre cómo responder. ¿Si desacredito a la clase política de un plumazo estaré criando dos hoolingans en mi propia casa? ¿si hago una defensa enardecida de la democracia y sus mecanismos se me quedará cara de idiota? Al fin tiro por la tercera vía, ese invento toniblairesco tan socorrido y, señalando a Rubalcaba, murmuro: “ese de ahí sí que es listo”.

Una vez tuve una profesora muy tonta de matemáticas. Se llamaba Mari Carmen, un nombre que en aquellos maravillosos años era tan popular como Vanessa hoy. Cuando le pedíamos explicaciones sobre los porqués de ciertas leyes inmutables ella respondía invariablemente: “por convenio”. A mí lo del convenio me olía a chamusquina, pero como mi mente era bastante obtusa para integrales y derivadas, mayormente, me tragaba las dudas con patatas y prefería no ponerme en evidencia y pasar por tonta.

Años después comprobé que algunos tontos llegaban a jefes, y eso me sumió en una desazón cósmica. ¿Cómo era posible que nadie ahí fuera se percatara de aquéllo? Dar un cargo a un tonto, según mi criterio de arrogante jovencita con posibilidades, era lo mismo que darle una pistola a un subnormal. Pero mi teoría sobre la supervivencia de los lerdos seguía reforzándose, y cuando uno de ellos llegó a la Casa Blanca rocé el paroxismo.

¡Te crees muy listilla, verdad?, me estarás preguntando clavando tu pupila en mi pupila azul. “Pues más tonta eres tú”. Sí, creo que podría escribir un tocho a lo Guerra y Paz con los sucedidos que evidencian mi estupidez. Fui crédula, soy crédula. Y confiada, aunque las vea venir. Así me he llevado unos chascos de tal calibre que alguno debe estar riéndose en un rincón de la estratosfera. Diría que no he perdido la inocencia, pero mola. En mi fuero interno considero que es mejor militar la ingenuidad que la estupidez. Los ingenuos, a la postre, no damos por saco al personal. Y aún nos sorprendemos de que a nuestro alrededor haya un ejércido de tontos preparados para comerse el mundo. Ese es, a mi juicio, el verdadero apocalipsis. Palabra de tonta.