Recuerdo a Crescencio, un tipo que mi hermana y yo conocimos en un campamento de verano de adolescentes. Era guapo, andaluz y estudiaba medicina cuando nosotras aún andábamos por BUP. Nos gustó a las dos, a pesar de su nombre, y pasamos aquellos días de mirinda y rosas en Santo Domingo de Silos (Sí, el de “Enhiesto surtidor de sombra y sueño, que acongojas al cielo con tu lanza”) danzando cerca del chico sin rematar más allá que un triste beso de refilón porque éramos dos maripuris y él muy respetuoso.

Ciprés de Silos

Tras despedirnos con esa emoción arrebatada de los campamentos y esas frases escritas con mucho superlativo y pasión de gavilanes, llegaron la vuelta la la ciudad, a la rutina y al cole. Unos meses después llamó Crescen, que venía a Madrid y quería vernos. A las dos, claro. Mi hermana y yo, que éramos un tandem consolidado y no entendíamos de celos fraternos, accedimos y quedamos donde él quiso: en el reloj de la Puerta del Sol. O sea, donde quedaban las chachas con los militares en tiempos de Maricastaña. A nosotras nos hizo gracia, aunque yo -muy mía- me mosqueé un poco por el detalle hortera y provinciano. Pero nada que no superase la evocación de aquel hombre reguapo, moreno y de amplia sonrisa que habíamos adorado poco tiempo atrás.

Llegó el día,  y para hacer tiempo mi hermana y yo fuimos a La Mallorquina, esa pastelería que todo madrileño conoce porque se ha puesto hasta las trancas de brazos de gitano de nata y trufa low cost. Y allí me robaron el monedero, lo que me dejó mohína para recibir a nuestro caballero andante, que llegó puntual al reloj como un Lanzalot apresurado. Pero no, ese no era aquel. De repente parecía más bajito, más vulgar, y mucho más tímido y apocado que en el campamento. No sé qué hicimos, mi recuerdo se ha quedado congelado en la decepción. En la sensación vívida de que ese Crescencio no me interesaba ni mucho ni poco. No sé qué pensó mi hermana, no lo hemos vuelto a hablar. Pero sé que sentí que había que desconfiar de los amores de verano, de los arrebatos de alto voltaje que transcurren en un tiempo y un espacio irrepetibles donde las sensaciones están a flor de piel y un hombre guapo que te susurra al oído te parece que es el hombre de tu vida.

Todo este flashback viene a que el noviete de la hija de mi mejor amiga anda mandándole whatsapps a mi amiga porque la niña no le hace caso. “Necesito verla, aunque sólo sean diez minutos”. Mi amiga sufre con la idea de que su adolescente haya experimentado un extrañamiento al estilo Crescencio y ya no quiera saber más del chico. Le parece commovedor, querría explicarle a la chica que el arte de romper corazones se aprende demasiado pronto y no te vacuna del dolor cuando te lo rompen a ti

Que, como un día me dijo mi sabia amiga A., hay que enseñar que este chico es “el primero de los hombres que vendrán, y que debes tenerlo en cuenta”. Y yo añadiría al discurso que quizás -a algunos les pasa- llegue un día en el que sientas que has dado con el definitivo, con ese que aunque te espere debajo del hortera reloj de la Puerta del Sol en una tarde perezosa de domingo, aunque no sea el más perfecto, ni el héroe del campamento de ningún verano, lo seguirás reconociendo como “él” o “ella”por la forma en que te mira.

Y si no tienes esa suerte, querida niña adolescente, aprende a disfrutar de cada hombre (o mujer) que llegue y marche,  y a no dejar heridas sangrantes, si es posible…

PD:Toda escéptica alberga una romántica incurable.