Mi querida Big-Bang:

A Mr.Rubidio le parece un despropósito que salga con un desconocido conocido a pie de barra de bar. “Nena, del fondo de una botella sólo salen disgustos, ya tú sabes”. Yo, sin embargo, creo firmemente en que si frotas pueden emerger genios zumbones que te conceden tres deseos: “inmortalidad, un fondo de armario estilo Joan Collins y una melena espesa y rubia natural”, son los primeros que se me ocurren. El genio, si tengo suerte y es poco escrupuloso, agita su humeante humanidad y hace como que me hace caso, mientras yo pido otra botella y otra y otra más.

En realidad, nos pasamos la vida pidiendo cosas absurdas a la vida que, como los sagrados mandamientos, se resumen en dos: conseguir que nos quieran (a veces a toda costa) y poder mirarnos sin excesivos sonrojos en un espejo cóncavo o convexo. Yo, además, aspiro secretamente a lograr una cintura de avispa y a escribir un best seller que me retire de los bares y de otros oscuros antros de perdición. La cosa es que sólo se me ocurren títulos, pero no rellenos. Soy efectista porque el mundo me ha hecho así, y cada día acuño tres o cuatro posibles claims de éxito, pero enseguida se me olvidan.

No sé tú qué pensarás que esto de la trascendencia. A mí me suena a música celestial. Si un tipo se marca un ensayo sobre la ceguera y nos desazona, ¿lo recordaremos cada vez que cerremos los ojos o sólo cuando se cumpla el aniversario de su muerte? ¿Hay que palmarla para que te recuerden o basta con acuñar una leyenda y ser brillante en el título? ¿Mejor ser un joven y bonito cadáver con pocas películas a tus espaldas o un anciano fecundo y gruñón que muere levantando el puño y agitando las conciencias?

Yo agitada soy un rato, ya lo sabes. Y como bebo agua con gas ando trepando por las paredes cual burbujilla sin ton ni son. A la caza de títulos que me contengan. “El ser o la nada” me parece perfecto, pero un tipo chungo y pesimista me lo arrebató en su día y ponte a pelear por el copyright con un muerto. “Corazón tan negro”sería otra posibilidad, pero lo mismo el que cierra cierto dominical la emprende contra mí con el mismo ímpetu que guerrea con el ayuntamiento de Madrid, así que me retiro de esa lucha y vuelvo a la barra del bar, a los desconocidos y al genio rezumbón…

Frotemos la superficie bruñida de este miércoles equidistante entre la agonía y el júbilo. Pidamos tres deseos o cuatro con idéntico entusiasmo y falta de fe. Hablemos cada día con uno o dos desconocidos y llevemos la libreta a mano para cuando un buen título nos sobrevenga cruzando el asfalto de una calle que hierve. Y que otros se encarguen de recoger nuestros destrozos una noche y llevarnos a casa y acostarnos con mimo y contarnos una historia del genio y la botella. Y la ceguera, al Este del edén.