Últimamente me he propuesto hacerme rica con una aplicación para gente de letras y advenedizos intuitivos, caóticos y desmemoriados. Se trata de una hoja excel de la emoción. Del sentimiento. Del impulso, la pasión, la euforia, la decepción o la duda.

De todo lo que no se explica en una ecuación. Pero suma, resta, multiplica y divide eso que llamamos bienestar cuando preferimos evitar el término felicidad por pasado de almíbar, comprometido, impreciso, resobado y marypoppinesco.

Todo empezó en una cena hace días cuando alguien se atrevió a retarme: “Para ser tan creativa y tan literaria te encantan los hombres de ciencias”.Yo rebatí como pude, argumentando con vehemencia y verborrea vaga y poco convincente hasta que resumí: “El 33%  de los hombres de mi vida han sido de ciencias. Un tercio. Pero para ser exactos habría que averiguar los porcentajes de sus legados. Ponerlos en una hoja de cálculo y comprobar el mapa en cifras de su huella en mi camino. Porque lo mismo ese tercio es equivale a un 60% en importancia y tú tienes razón”.

Naturalmente, era una boutade de un calibre estratosférico, pero mi público sentía curiosidad. Les expliqué  que en el master que estoy a punto de rematar, si no me remata antes él a mí, lo más crucial que he aprendido es que todo puede medirse, y que nada puede implementarse sin justificar por qué, cómo y cuánto cuesta. Que hay herramientas para computar  el sentimiento en una red social, que cualquier reacción puede registrarse, ordenarse en una tabla y comprobar su coste, prever reacciones que podría desencadenar y  posibles consecuencias. Y entonces, actuar. Ser el community manager de tu vida.

El reino de los intuitivos está lleno de catástrofes mal cuantificadas. Las impresiones en caliente generan frustración o euforia desmedida, digamos que de 100, pero si las guardas en formol un tiempo, unos instantes o unos días, pueden bajar hasta 70 e incluso menos. Es entonces cuando conviene actuar. Tomar una decisión con el excel libre de humo y de tormentas.

La herramienta es muy práctica porque también sirve para compradores compulsivos, ligones desatados que no entienden esa vieja regla de mi hermano I. sobre la noche y las mujeres que me encanta repetir  y que asegura que “la que a las diez es un dos, a las dos es un diez”, berlusconis calentorros que deciden con las gónadas los destinos de un país o de una menor en pelotas, tahúres del Mississippi y calimeros vocacionales. 


No daré más pistas, no sea que una start up de frikis encerrados en un garaje copie mi idea y la desarrolle mientras yo me trastabillo con el Excel. Vuelvo a mis letras mágicas, a mi intensidad sin marcos estrechos ni algoritmos y a este viernes que promete ser trepidante y salirse de tablas. Como día intuitivo y desaforado que es.

P.D. ¿Alquien sabe por qué los frikis que inventan cosas y se convierten en millonarios siempre empiezan sus empresas en un garaje?