Cada vez que voy a ver una maratón, e incluso una media maratón, lloro, grito, me arrebato. No sólo cuando llega mi hermano A., como un ciclón algo desactivado ya y sin perder la sonrisa, sino cuando veo doblar la curva al ganador, que siempre es un africano negro, azabache brillante, y avanza con zancadas de gacela hacia a la meta, en un rapto de levedad que es un espectáculo bello. Tan por encima del bien y del mal.

Sucede que, como llega demasiado temprano, apenas hay público dispuesto a animarlo. Pero yo siempre estoy, y me desgañito y aplaudo, y Minichuki se muere de vergüenza ajena.

-Mamá, va a decir que eres una loca, que ni siquiera le conoces.

Para que se avergüence un poco más me pongo a bailar, porque las carreras populares cultivan la pachanga como banda sonora, y pasan de Estopa a Amaral. Y de repente te ponen a todo trapo “Viva la vida“, de Coldplay, y es el delirio. Y te imaginas cómo se sentirán esos corredores -ayer eran 19.000- a punto de entregarse a su cansancio, en el último esfuerzo que para algunos es un estertor, aupados por la música triunfal de este grupo que compuso un himno de la alegría, sin saberlo (y creo que fue acusado de plagio, pero por fortuna no por Bethoven).

Me gusta, digo, ir al Retiro en temporada de carreras populares, y jalear a las mujeres, que siempre van detrás, pero por poco. Es uno de esos pocos días en los que las familias me caen bien. Se unen tras las vallas, aúpan a los niños y algunas los entregan a un corredor, el padre,  para que entre en meta con su carrito. Y ayer uno de los primeros contó a micrófono que había dedicado la media maratón a su padre, que falleció, y fue emocionante.  Y Minichuki se rascaba los ojos, agotada de intentar localizar a su tío entre la masa multicolor que pasaba por delante.

Etiopía arrasa con Tegegn

-¿Cómo va vestido, mamá?
-Como siempre, camiseta blanca y franja roja. Tú atenta a los calvos, ya sabes.

Y el vuelco de reconocer a tu hermano, y como un deja vù, empezar a agitar las manos como aspas de molino y gritar su nombre hasta que te oye, y vuelve la cabeza y se ríe olvidando su cansancio. Su sacrificio. Los meses de salir a correr por las aceras. Un rato más, cada día. Un poco mejor, cada día. El mejor entrenamiento para la vida.

Me gustan las carreras y los hombres que corren. Me gusta correr, pero aún no tengo fuelle para apuntarme a un reto con dorsal, aunque no imagino sensación más bestial que ser animada por los míos en los últimos metros antes de la meta

Ayer, mi familia, algunos amigos y yo repetimos la fiesta de ver correr a A.. Y, como siempre, el ritual de sentarnos todos tras esa hora que cuesta la reagrupación porque somos muy desorientarnos, y beber unas cervezas comentando la jugada. Y volver a casa felices, al cocido y a la tarta. Y más familia, y más merienda, y más amigos…