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 En la playa, leo un libro del que no
subrayo una sola frase, y sin embargo, lo leo. Esa es la definición
de un best seller para mí desde ahora mismo.
Se llama “En manos de
las furias”
(Lumen) y es de la exitosa Lauren Groff. Entre sus
credenciales, haber enganchado a Obama (así reza en la faja azul
turquesa que lo atraviesa -toma pareado). Si en lugar de a Obama
hubiera enganchado a Donald Trump, no lo habría empezado. Si en
lugar de a Trump hubiera enganchado a la nueva primera ministra
británica, le habría dado un tiento. Si en lugar de a todos ellos
hubiera enganchado a Rihanna, un suponer, la habría leído su padre
(el de Rihanna).

La cuestión es que este año y pese al
fiasco de “El Jilguero” -ese ladrillo aclamado y ostentoso, largo
como la noche de un ciego, que traté de acometer hasta el final el
verano pasado- volví a insinuarme con una novela que no me hiciera
sufrir si se llenaba de arena o se mojaba (ambas cosas sucedieron
anteayer, cuando una ola gigante nos tragó con sombrillas, mochilas
y toda la parafernalia playera). Un libro simple como mi cerebro en
estos cortos días de vacaciones
. Pero con una buena trama. Una
historia devoradora, más dirigida al estómago que al cerebro, para
entendernos. Pero sin ofender al órgano rey, válgame dios. Y Lauren
Groff, treintañera y solvente, multipremiada y bendecida por The New
Yorker
, entre otras publicaciones de prestigio, salió a mi encuentro
y me hizo suya al cumplir sobradamente con todas las credenciales
exigidas.
Lotto y Mathilda son dos veinteañeros
que se casan en un rapto de inconsciencia propio de la edad. Y su
historia es la de un matrimonio de pijos pobres (la madre de él,
millonaria, deja de pasarle dinero por el disgusto de la boda) que
tratan de sobrevivir entre borracheras de bourbon, sexo y amigos
gorrones que hacen apuestas sobre cuándo sobrevendrá el divorcio de
la pareja protagonista.

Lo interesante de la historia es que la
relación se sustancia en que uno busca su identidad y la otra se
entrega a él anulándose a sí misma. O sea, la historia de un
matrimonio. De algunos matrimonios. De ciertas parejas donde para que
uno gane el otro debe perder, o perderse.
Pero se aman,
indudablemente se aman. Y el protagnista, Lotto, te cae fatal porque
es un vanidoso incorregible. Un narcisista nato que se hará famoso
como dramaturgo gracias a ella, que lo alienta, lo corrige, le
permite vaguear y ausentarse y se lo folla, con perdón, cuando es
menester. Un tipo convencido de que es un dios que ha encontrado a su
vestal perfecta para mantener el fuego encendido en el altar de su
gloria.
Hay en el camino algunos personajes
interesantes -como Leo, el compositor con el que Lotto intenta hacer
una ópera- o la tía Sally y la hermana lesbiana del joven (que en
un momento dado coquetea con la heterosexualidad, pero poco rato).
Hay un esfuerzo de construcción de situaciones y de desenlaces. Hay
-claro, es un best seller- una dominación absoluta de las frases
cortas y sin grandes subordinaciones. Simpleza limpia de virus,

podría decirse. Así que lees diez páginas, levantas la mirada y se
te va detrás de dos alemanas rubias, casi exactas, cuyos cuerpos
fueron delgados y han ido ensanchando al unísono, y al unísono
entran en el mar, risueñas y despreocupadas. Y otras veinte páginas
y tu hermana saca unas latas heladas de su neverita
portátil: ¿Una cerve? “Trae acá pacá” (chascarrillo familiar
al uso). Y lees otras dos, sin preocuparte de las interrupciones, y
la Artista antes llamada Minichuki se te acerca con una pregunta que
no viene a cuento: “Mamá, ¿como es crecer en una casa con una
padre y una madre que no estén separados?”-
Y entonces cierras el libro, porque la
cuestión lo merece. Y miras a tu Artista y respondes con una
pregunta, eso tan odioso y tan cobarde: “¿Chitina, tú has vivido
mal hasta ahora con dos padres separados?”. Y ella: “No, pero
tengo curiosidad… ¿Te molesta que te interrumpa mientras lees?.
Y el libro queda sepultado en la bolsa
de la playa, entre bronceadores, peine, periódicos de ayer, nueces y
bikinis de recambio. Sin trauma porque sabes que no te deja huella el
abandono, es un snack literario salado que engaña al hambre pero no
pretende más.
Y las dos alemanas salen del agua, excitadas por las
olas y la sal, y es un día perfecto de verano.