Desde ayer me sigue en Twitter una “Clínica de excelencia dedicada a la Medicina de la Reproducción Asistida
Humana desde 1992, en Madrid (España). Altas tasas de embarazo con mejor
calidad-precio”.

Sin duda no sabe que yo ya estoy reproducida (humana, desde luego) y que aunque me ofrezca un chollo, un tres por uno, pongamos, no pienso dejarme tentar por sus precios imbatibles y sus espectaculares altas tasas de embarazo. Sólo de imaginármelo me da un ataque de urticaria.

¿Dime quiénes son tus seguidores y amigos en las redes sociales y te diré quién eres?

Hace unos días alguien me dijo, tras conectarnos por facebook: “No tenemos más que dos amigos en común. Somos conjuntos disjuntos. Ahora entiendo por qué no nos cruzamos antes”. Mi disjunto estaba convencido de la virtud que su hallazgo. Tendríamos mucho de que hablar. Nuestra amistad, a priori, carecía de elementos sobresaltantes, como esas pipetas de introducción de esperma que me ofrece, y casi me regala, mi follower de la clínica reproductiva. Así que me pareció que le sobraban credenciales para ser “mi más mejor disjunto”.

Claro que habría que diferenciar los amigos Facebook, que requieren tu aceptación, de los fans que se cuelan por la cara. A los primeros se les presupone cierto reparo, menor carácter invasivo. Son esa tía lejana que te llama para ver si en quince días te apetece invitarla a un café. Los followers, sin embargo, se parecen más a la loca que le tira el sujetador al rey del pop en pleno éxtasis de escenario y decibelios.

Fans

Si te sigue un pirado ¿es que huele tu desequilibrio? ¿Cuánta responsabilidad moral y estética recaería sobre ti en un juicio sumarísimo? Si te sigue un hierbas ¿es el castigo por tu desafección por los libros de autoayuda y el tofu?

Porque a mí me sigue una estrella porno (“Soy una sirena de latex, mala y perversa. Vivo en un mundo
humedo en el que tu puedes ser mi sirviente. Muerde el pecado y ven a
mis profundidades oscuras”. Ufffff), una ex bailarina castinera trupera (???), un misántropo, un escritor zurdo, un tipo sin pies. Una clínica de cirugía estética (“con unidad del dolor”, especifica) Un escéptico del amor aspirante a poeta (“Nos quedamos porque nos enamoramos. Nos vamos porque nos
desencantamos. Regresemos porque nos sentimos solos. Morimos porque es
inevitable”). Incluso un “creator of chess
problems &qualified chemist”.
O sea, que mirando el mapa de mis amigos podría pensarse que soy una loba sexual que necesita con urgencia pasar por el taller de chapa y pintura (sin dolor, desde luego), que baila un baile extraño con palabros que piden tirar de diccionario de la RAE, que se ha retirado del amor a golpe de versos chungos y que se mete un tripi justo antes de jugar al ajedrez.
Y debo reconocer que el asunto me inquieta. Yo había soñado más bien con followers que reforzaran mis débiles cimientos argumentales y que pidieran permiso para quedarse a cenar. Tipos bien planchados que no tienen problema en revolcarse en una pradera. Intelectuales que se riesen de sus postulados más inamovibles. Arquitectos del yo que no estuvieran de vuelta de nada. Un ejército de gestores domésticos para una pobre mujer que llega a casa con mil bolsas y la duda de si el contenido hará una cena completa.
Lo dejo ya, porque cada conclusión es más funesta que la anterior. Alguien debería inventarse right now un antídoto contra el fan indeseable. Ese que te coloca un espejo delante de tu cara por el que desfilan tus taras y anhelos más ocultos. ¿Quién te sigue en Twitter y en Facebook?, ya lo veo, es para mí desde ahora la pregunta que ha sustituido al vetusto y polvoriento ¿estudias o trabajas?.