Textura. J.G

1. Alberto Garzón anda mohíno porque Pablo Iglesias se ha etiquetado  como “socialdemócrata”. Al de IU no da la gana de renegar de su adn -“comunista”-, pero en Unidos Podemos no caben dos calificativos ideológicos tan contundentes para echarse a las calles a seducir ciudadanos -esos seres tan ariscos y desganados-  y eso sin haber arrancado oficialmente la campaña electoral. El asunto de los nombres nunca es inocente. O galgo, o podenco. Eres eso que te llaman, pero no siempre te llaman aquello que tú querrías (en mi caso, top model) y no entiendes por qué. Luego está el asunto de los nombres desgastados, que ya no dan más de sí y se rasgan a poco que te descuides al ponerte el traje. Una campaña electoral es un ejercicio de violación usurpadora de palabras que los candidatos abandonarán en la cuneta, tiritando y ajadas,  el día después del día “D”. Hambre de silencio.

2. Anoche charla grata con mi hija mayor en nuestro chill out (lo que es una terraza urbana modesta con pretensiones morunas y la fantasía de que el cielo es el mar y los vencejos gaviotas). Me habla de una conocida de ambas: “Creo que E. necesita otra E. para poder hablar entre ellas. Nadie le hace caso cuando cuenta sus chorradas y se os nota mucho, sobre todo a ti, que no sabes disimular”. Sobra decir que mi chica es apodada “ojo de águila” por sus análisis certeros y jamás tibios de la realidad circundante. “El problema es que E. cuenta sus cosas de la señorita Pepis como si glosara a Nietszche  y nada de lo que dice nos interesa”. Y mi hija, dándome ejemplo y reprochando mi radicalidad a 33 grados: “Hombre, no me creo que sea lo que parece. Seguro que hay algo más que no vemos”. Desconoce que la simpleza protege al simple y le hace ver que su banalidad es compleja. Un merengue de la tarta que da volumen pero jamás cuerpo al mordisco.  Pero me agrada su gesto tolerante e integrador. Ya querría yo…

Postre a dos

3.Concierto de Grigori Sokolov en el Auditorio Nacional. Escucho sus evoluciones al servicio nada servil -diría que libre y hasta salvaje, desde mi cruel ignorancia- de Schumann y Chopin y me asalta una sucesión de imágenes, vorágine bajo hipnosis inducida por este hombre cargado de espaldas, corto de cuello, figura de pingüino, serio y concentrado que ataca el teclado con una vehemencia arrobadora, los picos de su frac ajado al viento  molinillo que provocan esas manos. Luego termina, escucha la ovación y nos regala ocho bises sin una sola concesión triunfalista. La puerta lateral se lo traga cuando todo indicaba que pasaríamos la noche entre sus brazos de oso. Ocho bises como ocho Mihuras en una faena larga y concentrada. “Es preciso huir de los estereotipos.Todo lo demás ya no es arte: es simplemente escuela”, dicen que dice. (El genio vs el virtuoso de Bernhard, pienso yo).

4.Banquete con mi amigo J. bajo un árbol del Retiro.  Gazpacho, empanada con cerveza y una trufa compartida tirados ambos sobre un foulard dispuesto a modo de mantel. No se me ocurre un mejor epítome de la riqueza que la amistad en un parque, a pocos metros del asfalto despiadado de una ciudad que recibe los primeros mercurios de estío. Una conversación nutritiva y todo el cariño que J. derrama a granel. “He estado tan contento que me he olvidado de hacer la foto”, me escribe. Aquí tienes la foto, amigo mío. (Estabas guapísimo con tus gafas nuevas. Te dan un aire rompedor, definitivo).