Tres mujeres se sientan a cenar y entre la crema de verduras y la tortilla hablan de hombres. Ese temazo.

-¿Sabes que a I. su novio la dejó con una canción, mami?
-Se titulaba “maldita seas, vete al infierno” o algo así (carcajada)
-Muy sutil, sí…

Tres mujeres de entre 11 y 46 años comparten experiencias de amor  a la mesa. La primera ha sacado el tema desde la anatomía porque anda preocupada: “¿Qué pasa si me sale la regla enmedio de la clase y se ríen de mí?”

-Enana, eso no te va a pasar en mucho tiempo. ¿No ves que tienes cuerpo de pequeñaja, ni una curva?
-Y si me pasa, ¿qué? ¿Saldrá un chorro horrible y caerá al suelo y lo pondrá todo sucio?
-Mamá, esta niña está loca. 

Ofendida, la de once se pone en pie y se marca un baile contoneo muy forzado para probar sus habilidades de mujer que espera la regla como quien espera el chapapote o el tsunami subida al escenario de una sala de striptease. Y en venganza comienza a glosar la lista de novietes de su hermana adolescente.

-¿Te acuerdas de A., el del campamento que te regaló su camiseta de fútbol?
-No, ¿quién era ese?.
-Hija, por dios, me estás preocupando, a ver si vas a haber salido con más hombres que yo…

A los once un novio es como un grano. Un estorbo que brota y que tiene el interés anatómico del despertar a la vida adulta con ciertos efectos secundarios. A los 17, un ejercicio de prueba y error.  

Jackson Pollock

-Pues que sepas que O. hablaba mucho conmigo cuando lo veía en el cole. No sé por qué F. no me hace tanto caso…
-Enana, quizás porque es mi novio, no el tuyo.
-Pues yo creo que podría ser mi novio fácilmente…

A los once años una mujer conserva intacta su confianza en sus capacidades de seducción, tal vez porque aún no las ha puesto a prueba. Piensa que, como la regla, brotarán en el momento y lo inundarán todo como un cuadro furioso de Jackson Pollock. A los diecisiete el banco de pruebas anda al rojo vivo, y las madres observan sus engranajes y el movimiento de los mecanismos sabiendo que poco podrán hacer para intervenir, pero que deben estar con el extintor a mano. Y dar consejos de esos que no te piden.

-Con O. discutía porque era franquista radical. Se podía frenético cuando le decía que no tenía razón.
-“Franco, Franco, que tiene el culo blanco…” (se arranca la de once años, resucitando esa cancioncilla que ya cantó la de 46 en su tierna infancia)
-Pero hija, qué va a saber ese niño de Franco, si cuando nació llevaba más de veinte años muerto! Yo creo que no es muy inteligente…
-Sí, mami, F. es mucho más inteligente. Con poco que estudie saca notazas.

A los 46 años una mujer sabe que la inteligencia es un valor extraordinario e imprescindible pero debe acompañarse de otros, como la integridad, la tolerancia o el humor. Claro que cuando se lo dice a sus hijas estas le miran raro y hasta se permiten dar consejos: “Mamá, yo creo que deberíais salir más”.

-Sí, venga, vamos a salir (enana de once)
-Ya está la niña apuntándose a planes con parejas.  Mami -prosigue- yo creo que D. es muy inteligente. Lo sé por su tipo humor.
-Y juega al fútbol.

A los once años un hombre que juega al fútbol es un gran candidato a novio. A los 17 años un hombre que se ríe es un buen candidato a novio. A los 46 años un hombre inteligente que se ríe y hace deporte es un buen candidato a novio.

En el fondo, las tres mujeres están de acuerdo aunque no se han dado cuenta mientras devoraban la tortilla y diseñaban una estrategia para cuando a la de once le sobrevenga el tsunami rojo y el mundo se pare y todos los niños de la clase lo noten de inmediato y suenen las alarmas y se declare el estado de excepción. Y la de 46 se acuesta pensando que otro día tendrá que contarle a la de once que levantarle el novio a una hermana está muy feo…