Desde que el primer mundo anda constipado el tercer mundo ha desaparecido de su campo de visión.

Todo es relativo. La compasión también. Uno mira alrededor cuando tiene su pan y su cobijo a salvo. Pero la crisis, lejos de aplacarnos, nos ha endurecido el corazón.  Anoche Angels Barceló, esa mujer que conduce con firme inteligencia el programa Hora 25 de la cadema SER, se transladó a Níger para hacer su programa. Yo esperaba ansiosa la voz de Miguel Ángel Aguilar, su análisis irónico de la cumbre de jefazos en Chicago, pero Ángels se empeñaba en entrevistar a  responsables de ONGs que trabajan en uno de los países más pobres de la tierra por conseguir que el hambre mate a unos pocos menos al año.

Confieso que sentí cierto fastidio, que los guiones del hambre se parecen tanto que provocan cierto hartazgo entre quienes andamos a dieta prevacacional. Confieso que moví el dial a la caza de noticias del mundo occidental, caucásico, sometido a los vaivenes del Nikkei, de Wall Street, de la humilde Bolsa local. Pero algo me hacía volver a Níger.

Pensé que uno de los efectos colaterales del shock económico es precisamente ese. La voracidad por ponernos el termómetro cada tres minutos, como hipocondriacos. El ombliguismo de europeo afectado de crisis de orgullo. Todas las semanas algún amigo o amigo de amigo pierde su trabajo o me escribe contándome que esta semana va a haber recortes y se teme lo peor. Recesión, recorte, déficit, intervención…son términos más sexys, imagino, que hambruna, sequía, dengue o plaga. Así que los hemos incorporado con avidez adolescente a nuestro argot mientras olvidábamos los otros, tan eternos e inamovibles como las moscas que se posan en las tripas hinchadas de los niños que no comen.

Pido perdón por este arrebato demagógico, pero me confieso insensible al mal ajeno por indisgestión del propio, y me da cierta vergüenza. Sueño con Bankia y con Hollande, con la tragedia griega y la amenazas a nuestros pescadores en Gibraltar. Pero anoche la radio me llevó de las orejas al desierto y me he quedado un rato allí, parada, buscando la reconstrucción de mis coordenadas.

Los pobres más pobres  siempre están ahí. Su crisis ya no devora las primeras páginas porque carece de actualidad. Así de claro. Y el primer mundo sabe que en unos años levantará cabeza y recuperará el orgullo, la soberbia y, tal vez, un poco de compasión por los que no se han movido de esa foto fija del hambre.

pd: este disco de Putumayo es una joya extraña que las Chukis y yo escuchamos todos los días y sobre todo en verano camino de la playa.