Mi querida Big-Bang:

La cultura es un gran antídoto contra la mediocridad y el hormigueo existencial. Después de un Telediario lo mejor es chutarte un Bach o correr a sumergirte en una de esas exposiciones donde no va nadie y escuchas el eco de tus pasos perdidos. Antes de que me taches de falsa cultureta te diré que yo no quería, como los asesinos de las pelis en blanco y negro. Fueron las circunstancias. Los debates políticos de perfil bajo, el retorno a los titulares a cuatro columnas donde un justiciero más feo que Charles Bronson asegura que ajustará cuentas con las cuentas de los de antes. ¿También con las propias?

Que quedarse quieto sea la fórmula para arañar votos es desolador. Los pecados de omisión siempre me han parecido los más cutres. “Padre, he pecado de pensamiento, palabra, obra y…” decíamos en misa. Yo, desde luego, era la reina del pecado verbal. Los del pensamiento, la verdad, no los sentí tales aunque las monjas se esforzaran en convencerme de lo contrario. Lo único libre de verdad era lo que rebotaba en la cabeza. Pero la lengua, esa se soltaba con extremada facilidad y me condenaba al cuarto de pensar o al zapatillazo en el culo, porque entonces pegar a los niños estaba dentro de la corrección política, término envenenado que tampoco existía, por cierto.

Y entonces llegaron los políticos y se pusieron hasta las trancas de pecados de palabra. Sus circunloquios, lugares comunes, rimas asonantes y eufonías eran un armazón falso que ocultaba mucha mugre y cutrez de pensamiento. Así que la adolescente vapuleada leía y pensaba barbaridades entre castigo y castigo. Y la música era la escapatoria más pura a ese cerco adulto lleno de andamios de papel.

Así que aquí me tienes, en un deja vu adolescente cuando escucho a esos salvapatrias de pacotilla con sus amenazas del Capitán Tan. Manejan términos como la honradez, la confianza, el ajuste de cuentas o la regeneración social. Pero si quito el volumen de la tele sólo veo trucos de mago viejo. Y entonces me piro a ver a Cindy Sherman y sus mil caras, o el glamour de Ron Galella, ese paparazzi al que Marlon Brando partió los dientes de un puñetazo por su insolencia. O a la emoción en blanco y negro de ese Requiem de Mozart tan agónico como los ademanes de esos tipos que amenazan con abrir la caja de los truenos. Pues que lo hagan ya y nos dejen disfrutar del “Dies Irae” http://youtu.be/j1C-GXQ1LdYcomo dios manda.