La tradición es un congelado de costumbre y el fundamentalismo un ultracongelado de tradición“. Jorge Wagensberg.

El otro dí leí en Babelia una columna titulada “La tradición en aforismos” que abogaba por la traición a las tradiciones y que subrayé con avidez, pese a que tampoco era un texto excesivamente literario. Me atraparon la certeza aparentemente simple de sus aforismos, con los que no podía estar más de acuerdo. Y esa dulce sensación de compartir un pensamiento con alguien y que ese alguien haya puesto las palabras precisas antes que tú.

Es como si la palabra traición  se hubiese inventado la palabra tradición para defenderse atacando“, añadía. 

La defensa de la traición contra el anquilosamiento reiterado y cómodo de la costumbre me pareció un original punto de  vista. Recordé, de repente, la afición de mi hija cuando era pequeña a tomar en aperitivo en vacaciones “a la una y cuarto”. Ni antes, ni después. Así se hacía en su casa paterna, en torno a la piscina y bajo la sombra inclemente de las montañas. Y a mi hija el respeto a ese ritual exacto le daba seguridad. Su vida a la una y cuarto estaba perfectamente diseñada. No había lugar a la ansiedad ni al desacato.

Por mi parte, alimenté cierta rebeldía contra esa norma sagrada, y mi estómago se alineó con ese sentimiento y solía reclamarle el aperititivo media hora antes de la hora, o media hora después, cuando ya se había retirado el carrito repleto de deliciosas viandas con cerveza, vermú y refrescos.  Me parecía que, aunque necesarios, los hábitos de ocio eran más excitantes cuando dejaban de ser matemáticos, sometidos al corsé del tiempo. 

En realidad, mi rebeldía contra los berberechos a la una y cuarto era un subterfugio. Una manifestación naif de mi rebeldía contra otras tradiciones mucho más profundas. Contra la Familia como institución intocable, de alguna manera. Y aunque hoy me considero profundamente apegada a la mía, me gusta no tener ataduras ni costumbres inviolables, pero disfruto enormemente de rituales como los aperitivos en el Frontis al comienzo del verano (ya he habldo de ello, siento ser pesada, pero el bar más cutre del planeta tiene la cerveza y las bravas más deliciosas que he probado)

O puede que en realidad no sean tan ricas, pero tomarlas en esa disputa vertiginosa de los tenedores de un clan tan numeroso sentado a la mesa (o de pie, porque hay mucho inquieto entre los míos) es una fiesta que lo mismo disfrutamos a la una que a las dos, y que este junio, cuando llegamos un día al Frontis y estaba cerrado a cal y canto nos dejó una amarga sensación de orfandad.

Una costumbre es un producto fresco, una tradición una conserva cuyos aditivos son los ritos y las ceremonias“, continúa Jorge Wagensberg.Y añadía: “Una persona empieza a envejecer cuando siente que sus tradiciones pesan más que sus proyectos”

Esta última reflexión me parece crucial y voy a tenerla siempre a mano como elixir de esa juventud eterna que consiste en albergar planes. Proyectos que se cumplirán o no pero que son un acicate para avanzar sin detenerse a cumplir con rigidez con rituales de muerte que simplemente nos dan seguridad y que, siendo útiles y necesarios, el día que los rompemos experimentamos algo parecido a una eufórica sensación de  libertad. 

Dicho esto, y a riesgo de ser tan contradictoria como suelo, pienso abrazar con determinación esas otras costumbres que me hacen feliz. Como tomar el café mirando por la ventada o en la terraza de D. mientras contemplo las plantas y las flores y desempolvo alguna neurona o leo a alquien que siempre ha pensado antes y mejor que yo. Y es un gustazo.