Mi querida Big-Bang:

Imagina que estás en tu cuarta reencarnación. Que antes que falsa rubia fuiste un cetáceo desorientado, antes un renacuajo de charca y aún antes una concubina de las de Pear S.Buck. ¿Cuánto de cada existencia arrastras en la presente? Pues esto estaba soñando cuando mi vecina la poseída ha abierto el grifo de la ducha a mala leche y me ha interrumpido en mis cavilaciones oníricas.

Vamos, que he tenido un mal despertar y eso lo van a pagar algunos. Porque aunque no esté contemplado en la declaración de derechos del hombre, tener un sueño completo, de la A a la Z, como un buen psicoanálisis, es el mínimo al que puede aspirar una insomne que se mete en la cama con tapones, antifaz y unas gotas de Chanel nº5, como aquella otra rubia. Que quizás no se tragó el bote de pastis por desesperación vital, sino porque tenía, igual que yo, una vecina poseída por el diablo.

Estas son las consecuencias de una mala noche. Mi amiga Sol sostiene que lo bueno de las pesadillas es que todo va mejor cuando despiertas. Sí, pero, Solete, ¿qué pasa cuando te arrancan de un sueño crucial, en el que estás a punto de conocer quién has sido hace trescientos años, eh? Pues que te cortan toda posibilidad de reconciliarte con tus taras, de encontrarle sentido a tus neurosis, incluso de tener conversaciones astrales con Pablo Coelho, ese tipo hierbas que fijo que sigue la dieta del tofu, camina descalzo y hasta levita, como Santa Teresa en sus orgasmos.

A mí los que comen tofu me producen desconfianza. Tengo que confesar que cada vez que un hombre me invita a su guarida lo primero que hago es abrir su nevera. Si hay verduras y hortalizas frescas, más un buen filete y lácteos sin caducar, respiro tranquila. Si huele a podrido, salgo pitando a por tabaco. Pero si encuentro un paquete con tofu, y esos otros comistrajos que parecen gusanos, directamente llamo a la policía. Que una haya sido renacuajo de charca no la hace más tolerante a la fauna de nevera, no señor.

Es más, si el que cena conmigo abre los codos cuando la emprende con cuchillo y tenedor, ya me entra el hormiguillo. Sin embargo me gustan los que mojan pan en la salsilla de la ensalada. Será porque me recuerdan a mi padre, que además de salsero siempre nos dejó mojar en sus huevos fritos. También me gusta la gente que come pan y desconfío de los que se enfrentan a la comida como a un puzzle al que le sobran piezas, las más hipercalóricas, que van abandonando en los bordes del plato.

Anda, mira, igual está asomando la concubina que hay en mí! Fina y ceremoniosa, pero poco contenida, me temo. Seguro que cuando iban a vendarme los pies la emprendía a patadas, porque digo yo que la rebeldía se transfiere de vida en vida, ¿no? Y estando tan arraigada como está, tiene que proceder de hace cientos de años, como mi afección por los tacones altos o al cocido completo. Así que las patadas me condenaron a la charca y por buen comportamiento pasé a cetáceo, y como nadie sabe que me tragué a Jonás, fui ascendida a reina del cuché. Y en esas estoy, hasta el día que perpetre el asesinato de mi vecina la satánica y me veáis en Madrid Directo, esposada y arrastrando la peor condena posible. Una dieta a base de tofu.